Ayer me preguntaron qué sentí al poner el punto final de Hijo de hombre. Dije que alegría por terminar un proyecto, emoción porque la novela me gustaba, pasión por lo que vendría después. Mentí.
En realidad lo he olvidado. Fue un proyecto de muchos años y cuando lo terminé aún estaba cobijado por un Maestro, por Daniel Sada.
Curiosamente también ayer me topé con Costasinmar cuando subía la rampa para el Metrobús de Ciudad Universitaria. Él llevaba audífonos, creo, y lo interrumpí cuando pasó junto a mí. En algún momento los dos fuimos talleristas de Daniel, pero Costasinmar abandonó la novela que escribía y que tenía personajes que aprecían sólo algunos párrafos y después desaparaceían junto con la trama contada por dos o tres capítulos. Hizo bien: se dedicó a la poesía. De él tenía noticias lejanas, lo encontraba a veces en CU (donde ambos estamos becados por la Universidad) y en nuestras pláticas breves intercambiábamos sentencias sobre lo que leíamos y dejábamos de leer. Nuestra relación, por decirlo así, era casual y como de dos conocidos, jamás amigos.
Sin embargo, hace un año retomamos el contacto. Lo invité a la presentación de mi novela, pero no llegó (ya me lo había advertido). No hubo reproches de mi parte, porque, hasta eso, siempre procuramos hablarnos con la verdad y de forma directa.
Ayer, por ejemplo, empezamos hablando de una antología poblana, de ahí pasamos a los escritores que reniegan del estado pero piden una beca y después quisimos curarnos en salud hablando un poco de nosotros. A él pronto le publicará un libro la UAM, además de que en Argentina está a punto de salir otro de sus poemario. Así que platicamos de todo lo que sucede después de que un editor se arriesga con lo que uno escribe.
-¿Sabes?-, me dijo en un tono serio lejano a su actitud normal -. Ahora recuerdo mucho a Sada y sé que desperdiciamos el tiempo que pasamos con él. Lo desaprovechamos a él. Ahora quisiera verlo y platicarle lo que me pasa, lo que siento que sucede a mi alrededor.
Y entonces me contó de esos secretos que ambos guardamos, de esas ansias por platicar de ciertas cosas que no nos atrevemos a contar.
-Si Sada aún viviera tal vez nos pudiera aconsejar, o tal vez sólo decirnos que no le hiciéramos a la mamada, que todo es normal.
Asentí.
-¿Recuerdas -,continuó en una especie de monólogo - cómo lo afecto la reseña de Lemus?
Negué con la cabeza. Mentía.
-El cabrón empezó a analizar lo que decía el Rafael y señaló cada punto en contra y en un momento, lleno de rabia, a punto de llorar, se quedó callado sin decir nada más... Por eso yo no quiero que nadie me reseñe. No sé qué haré cuando eso pase.
La gente pasaba a nuestro lado, seguramente pensando que estorbábamos.
-Si eso le sucedía a él, con tantos libros escritos, con el Villaurrutia en las manos y con un clásico como Porque parece mentira... ¿qué puede esperar uno? -continué su duda.
Después la tristeza se nos fue adhiriendo a la piel, aunque todavía platicamos algunos minutos. Él me habló de Rey Rosa y yo temí mencionarle a Toledo. Quise decirle que nos hace falta un maestro, y que justo de eso hablaba hace algunos días con Hugo César Moreno, sobre esta orfandad que tiene a los escritores jóvenes tan a la caza de reconocimiento: nos falta alguien que nos calme y nos diga que un libro es sólo un libro, no más, no la gloria, ni la fama, ni la posteridad.
-Se nos murió Sada -creo que le dije... o pensé.
Y luego nos despedimos de forma rápida, prometiendo un día tomarnos un café (aunque sabemos que nunca quedaremos de acuerdo). Costasinmar, extrañamente, por nuestra historia en común, por nuestra personalidad, poco a poco va más a mi lado que otros conocidos. Quizá un día me atreva a llamarle y ponernos de acuerdo no ya para tomarnos un café, sino para salir en busca de un maestro y así no sentirnos tan solos.
Hace 1 año
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