lunes, 19 de marzo de 2012

De marchar las cosas como las planeamos, el próximo sábado iremos al Vive Latino con El Negro y su esposa. Él me ha hablado de muchos de los grupos que se presentan, incluso me ha pasado su discografía, pero no terminan de convencerme. Si acaso, además de por Café Tecuba, iría por escuchar al Haragán & Cía., de quien escuchaba sus discos cuando manejaba el vocho rumbo al Chico. Entonces no eran épocas en que me juntara con El Negro (él ya estaba casado y su primer hija había nacido). Yo, en cambio, disfrutaba esas tardes de sábado en que me reunía con El Catrín, La Popis, El Herby y otros amigos e íbamos al bosque, a tomar cerveza, a tiritar con el frío y a fumar. De camino poníamos algún disco de "rock urbano" o algo de Caifanes y cuando andábamos muy de buenas, escogíamos a Shakira, a Alejandro Sanz o a Alejandro Fernández. Es decir, la guantera del vocho tenía cassettes para todos nuestros gustos y estados de ánimo.
Pero decía que iremos al Vive Latino con El Negro y su esposa. Y aunque ya ansío el momento en que Café Tacube cante "La negrita" o "El baile y el salón" (canción que apareció en el primer intento de cuento que escribí y que por un año me levantó en el radio despertador que tenía en la juventud), no es por escuchar esas canciones y otras por las que acepté que fuéramos juntos.
Últimamente soy muy nostálgico. Con El Negro compartí gran parte de mi adolescencia y entre pleitos por mujeres y por amigos que hoy ya se han ido, pasé tardes y tardes a su lado. A veces veíamos la tele (a él le gustaba Garfield y jamás le confesé que a mí no) o lo veía dibujar en papel al cual le ponía aceite para que simulara ser albanene u observaba cómo peleaba con su hermano menor o compartía su comida o jugábamos nintendo o pasábamos la tarde imaginando que un día seríamos ricos y compraríamos autos de colección, una gran mansión con mesa de billar y líneas de boliche, antena parabólica con cientos de canales y todos los discos de Aerosmith...
Es decir, El Negro fue mi primer amigo-hermano, hasta que un día de lodo, de juego de futbol, de encontrarnos con una compañera obesa y de hacer una broma que no soporté, se acabó todo aquello...
Yo, tímido entonces y ahora, me alejé de todos, en tanto él se hizo de muchos amigos. Terminamos la secuendaria sin dirigirnos la palabra y al entrar a la prepa yo me fui a Querétaro. Un fin de semana que volví a Pachuca me invitaron a una fiesta. Al llegar, él estaba ahí. No sé si pasaron minutos u horas para que nos habláramos, no sé si fueron las cervezas o simplemente que lo extrañaba demasiado, pero al siguiente fin de semana pasé a recogerlo a casa de sus padres y tuvimos una larga plática afuera de la oficina de correos que entonces (no sé si todavía) quedaba en la avenida Juárez.
Él me habló de una novia que tenía (recuerdo que era fea y más tarde, cuando la fuimos a visitar, me pareción también corriente). Además me confesó que su madre había colocado "estratégicamente" una caja de condones que él sin duda vería y con ello lo habían hecho sentir que ya era adulto y que cualquier plática sobre sexualidad estaba cancelada, pues todos esos temas ya habían sido resueltos con la caja aquella.
Si mi memoria no me falla, lo regañé por ciertas cosas. Él, molesto, me pidió que encendiera el carro y nos fuéramos de ahí. Luego escuchamos en la radio una cumbia que empezaba: "había una vez una pareja que se amaba sinceramente, desgraciadamente él pertenecía a otra mujer. Aun así la adoraba, y sabe Dios, hasta dónde pecaba, era su amor lo que importaba...". A mí me pareció fea y vulgar, como la novia a quien se la dedicaba, por lo que le propuse que mejor escucháramos el Get a grip. Aceptó.
Aquella noche, al volver a casa, me sentía dichoso. El Negro, mi carnal, nuevamente estaba junto a mí. Entonces pensé en una exnovia que en parte había tenido la culpa de nuestro alejamiento. Con su recuerdo vino Veracruz (donde ella vivía entonces) y con Veracruz vino Laguna verde, el sitio a donde habíamos ido juntos hacía un par de años: en el camino escuchamos muchas veces el Re, de Café Tacuba, así como el Bronco en Vivo, de Bronco. Ambos discos compactos los reproducíamos en un discman que vibraba de forma constante y que habíamos conectado por medio de un adaptador a la casetera del carro descapotado y rojo en el que viajábamos.
Muchos años después en un cuento que escribí aparece un viejo como el que conocí en aquel viaje a la planta nuclear. No es, por supuesto, el papá de El Negro, ni la explosión del reactor es algo que yo imaginara. De ese tiempo sólo recuerdo que nos hospedamos en un camión rodante y que el baño, además de diminuto, tenía una regadera de la cual salía muy poca agua y por muy pocos minutos (así que durante el fin de semana que duró el viaje me sentí sucio todo el tiempo).
Sin embargo, el soundtrack de ese viaje fue Café Tacuba, grupo que ha continuado a mi lado en los 20 años posteriores. Es más, de la poca música que cargo en el celular, uno de los discos es el Re y otro el Sino.
Sobra decir que cada que escucho ciertas canciones evoco a El Negro y todas las tardes que compartimos en nuestra adolescencia.
Hoy todo es diferente: el tiene tres hijos y yo empiezo con uno; él es un ejecutivo y yo un simple empleado; él está a la vanguardia de la música y yo cada vez retrocedo en mis gustos (ya pasé por Sabina, por los boleros y ahora he vuelto a la radio hablada). Pero más allá de todas esas diferencias, cada vez que aparece El Negro en el msn o en el cel, hay una canción de Café Tacuba que empieza a sonar en mi cerebro.
Por eso, por la nostalgia, por los recuerdos y por muchas otras cosas que me guardo, es que ansío que ya llegue el sábado y con la oscuridad y nuestras esposas como acompañantes, El Negro y yo cantemos a todo pulmón las canciones que son el soundtrack de nuestras vidas, y quizá también nos aventemos el corito aquel de "papa papa eo eo, papa papa eo eo"...

No hay comentarios: