miércoles, 14 de diciembre de 2011

En marzo o abril nos sentamos a tomar café. Comíamos pan, mientras Efraín dormía. Puse algunas cuentas sobre la mesa (literal) y comencé a rascarme la muñeca de la mano izquierda (mis nervios). Le dije que nuestras deudas otra vez nos había ahogado, que era imposible salir del mes y que no veía una solución posible. Luisa, que preparaba su café sin atenderme, sin siquiera arquear la ceja, dijo que no debería preocuparme.
-¿Cómo quieres que no me preocupe si no tenemos forma de salir de nuestras deudas este mes?
Ella me miró como cuando sabe que estoy muy nervioso, con sus ojos tranquilos y su sonrisa calma.
-Dios proveerá.
No recuerdo si dormí bien o si soñé nuevamente que me extraviaba en esos edificios grises a donde voy cuando los problemas no me dejan. Sin embargo, al siguiente día Luisa tenía un plan que podíamos poner en práctica.
-¿Crees que con eso podamos salir? -, le pregunté desconfiado.
-No sólo eso, si lo llevamos a la práctica tal como te digo, para diciembre ya no tendremos una sola deuda.
Soy un hombre desconfiado, que se cree hábil con los números y aquel plan no me convencía. Pero poco había por perder. Hoy, gracias a Dios, ya no tenemos deudas...

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La mañana de hace diez años peleé con Luisa. Estaba en casa de sus padres y antes de las diez ya me había ido de ahí. Creo que fui a comprar una caja de manzanas, unos botes de crema y cuando regresé a verla sólo le dije: "Entonces, ¿nos casamos o no?".
Luego me fui a Pachuca, a bañarme, a vestirme de novio, a enterarme de esas cosas que uno nunca quiere saber y a prepararme para dejar la casa paterna. A las 8:15 u 8:20 de la noche ya estaba en la catedral de Tlalnepantla, entrando a la iglesia, tras de una novia que lloraba y hacía pensar que la obligaban a llegar al altar (en realidad lloraba porque sus papás no habían estado presentes al inicio de la misa). Ahora que lo escribo pienso que al fin he comprendido el apodo que me puso un exjefe.

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En 2004 no escribía, renegaba diariamente de no tener tiempo para leer, para escribir. Luisa, en una de esas ocasiones en que la hartaba con mis quejas, decretó por primera vez lo que hoy es una constante: "Escribe". El pretexto para hacerlo me lo dio un día que nos enojamos. Yo empecé a urdir una historia y poco a poco fui desarrollándola. Versión tras versión, desilusión tras desilusión, queja tras queja, Luisa siempre terminaba: "escribe" y no dejaba de impulsarme día a día. Cuando terminé el libro y no lo aceptaron en una editorial, ella lo leyó y me marcó algunos errores; después me dijo que lo mandara a otra editorial. Así lo hizo hasta que por fin logramos que se editara la novela y desde el instante en que tuvimos esa buena noticia, ella regresó a su cantaleta: "escribe". Creo que sólo así es como diariamente no desisto de este sueño, pues ella lo impulsa con una sola palabra (que en ocasiones es una exigencia).

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Llevamos algunas noches con cenas que nunca nos habíamos permitido: vino, queso, latería, carnes frías. En la computadora ponemos música y mientras vemos la ciudad a través de nuestra ventana, platicamos de los problemas, de los malos entendidos, de que ella leerá a ciertos autores para apoyar una nueva afición que tengo, de que yo vigilaré la página de Ciencia UNAM para enterarme de lo que ella hace. Bebemos un sorbo, escuchamos una canción, picamos un trozo de queso... Luego nos vamos a dormir y pienso en que nuestro matrimonio se ha transformado en esta eterna plática que mantenemos día a día, donde puedo interpretar sus gestos y ella entiende mis silencios, en que hemos dejado de ser Heatcliff y ella Catherine, en que hemos abandonado a esos jóvenes que se mantenían unidos con tal de demostrarle a su entorno que a pesar de los malos augurios, seguirían juntos... Ya no somos los de entonces, ya hemos llegado a una calma donde evitamos las discusiones e intentamos disfrutar de nuestra soledad de familia de tres, donde aprovechamos los apagones eléctricos para platicar de los sueños que siguen presentes, del pasado de cada uno que aún no terminamos de conocer, de aquello que nos inquieta y también nos permite estar juntos.

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Hoy escuchaba una canción y supe que todo esta palabrería es poco representativa de lo que pienso tras 10 años de matrimonio. Ahora veo a Luisa y miro a la mujer que ha soportado mis humores, ha impulsado mis sueños y me ha dado muchos momentos felices. Le decía a un amigo semanas atrás que valorara a su novia, pues era difícil encontrar una mujer que siempre nos obligara a lanzarnos al barranco con tal de no quedarnos inmóviles. En eso se ha convertido Luisa, en Thelma diciéndole a Louise que no pueden dejarse atrapar, que no pueden regresar a la vida simple que viven tantas personas. Es ella quien me toma de la mano y me obliga a apretar el acelerador y volar al vacío antes de quedarme como un personaje de relleno en esta vida... Es ella quien sonríe mientras yo estoy nerviosamente gozoso, es ella quien mira a la cámara y se deja retratar mientras sabe que todo saldrá bien, que de alguna u otra forma todo ha de resultar bien si no nos soltamos de las manos... Sé que todo esto dice poco, pero quise decirlo para contar un poco de aquello que muchas veces me callo, como por ejemplo, decirle a Luisa que ella es:

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