lunes, 5 de diciembre de 2011

Creo que me estoy convirtiendo en un radical, no de esos que explotan bombas, rayan paredes o van a marchas, sino de aquellos que en su corazón albergan un odio profundo y a la más mínima provocación explotan. Lo digo hoy que tras platicar con El Negro descargué todo mi enojo en contra de un tweet que publicó: era una mofa a Enrique Peña Nieto y había sido retuiteado por un amigo de él quien afirmaba que por hacer burla del político mexiquense "nos estamos olvidando de lo importante: los crímenes de Peña Nieto". En seguida le pregunté al Negro cuáles eran los "crímenes de Peña Nieto", si las vidas de quienes habían muerto en Texcoco o cuáles. Claro, era una pregunta retórica, pues sólo quería saber qué había detrás de esa frase hecha. No hubo respuesta de su parte, y no tendría por qué haberla, quien había afirmado aquello era su amigo, pero yo estaba enojado y comencé a cuestionar... Esto me trajo el recuerdo de una noche en Monterrey. Regresaba de una cantina y en el restaurante del hotel donde me hospedaba encontré a un par de escritores con quienes empecé a platicar. Pronto pasamos de la literatura, a la religión y después a la política. Uno de ellos afirmó que los de Felipe Calderón eran crímenes de guerra y que no tardaríamos en ser parte de esos daños colaterales que entonces le reclamaban al gobierno. Su discurso pronto viró hacia el PRI, la "dictadura" en que vivimos durante 70 años y el Estado que sólo había sido aceptable durante el Cardenismo. Le pregunté qué era para él una dictadura y por qué afirmaba que el PRI había ejercido esa forma de poder durante 70 años. Entonces contestó con lugares comunes, con frases hechas y de a poco nos fuimos metiendo a una discusión que sólo terminó cuando nuestro sueño fue mayor que nuestro gusto por polemizar. Hace unos días, Bernardo Fernández (BEF) dijo en una entrevista a El País que México era el único país que había vivido una dictadura durante 70 años y que había salido únicamente para regresar a ella, por medio del voto, 12 años después. Entonces pensé que más que manifestar una postura política, estaba mostrando su desconocimiento de la historia. ¿Podría decirse que el PRI era una dictadura en los años 50, en los 60, en los 70? Era un gobierno corrupto, muchas veces represor, pero de ahí a afirmar que había sido una dictadura desde su inicio al frente del país era una mentira. Dije entonces que para quienes afirmaran que habíamos vivido una dictadura debían platicar con un chileno, con un español, con un dominicano y comparar su visión de una dictadura con lo que había sucedido en México. No es que crea que nuestro país fue maravilloso entonces, pero el hecho de recurrir a una frase hecha me parece demeritorio en nuestros días, sobre todo para alguien que desde su papel de escritor pretende hacer crítica política o social. Por lo demás, es válido que BEF opine lo que quiera, pero si va a hacerlo, creo que debe ser una crítica fundamentada, analizada y no sólo una opinión digna de una persona bien pensante. Ya lo decía Saul Bellow en 1992: “Para los observadores experimentados resulta evidente que las personas bienintencionadas prefieren lo ‘bueno’. Cuanto más prósperas e ‘instruidas’ son, más se esfuerzan en identificarse con las opiniones generalmente aceptadas y respetadas. De manera que, como es lógico, están a favor de la justicia, del humanitarismo y la compasión, de los maltratados y de los oprimidos, en contra del racismo, el sexismo, la homofobia, la discriminación, […] a favor de todo lo bueno, en contra de todo lo malo”, y el PRI, en este 2011 es lo malo a lo que no debemos regresar. ¿Por qué? Porque debemos tener memoria y recordar cómo fueron sus gobiernos, dicen "los que saben", pero no mencionan especificidades, no dan ejemplos, no salen de su Salinas de Gortari como villano... Todo esto, creo, tiene que ver con esta realidad que nos tocó vivir a los nacidos durante la década de los 70 (aunque no puedo generalizar, pero creo que es más sintomático en esta generación). Somos adultos que crecimos con una ideología basada en estar contra a... (nuestros antecesores, los ideales, lo socialmente establecido), pero que no hemos formulado una identidad y por lo mismo nos sentimos diferentes a todos los demás. Dice José Mariano Leyva en El complejo Fitzgerald sobre los escitores, pero creo que vale para los clasemedieros de más de teinta años actuales: "los jóvenes escitores no conocieron en carne propia ninguna guerra. A pesar de ese ridículo remedo llamado guerra antiterrorista, que sólo sirve para exportar la masacre a sitios lejanos, no han vivido jamás en una sociedad afectada por el hambre, por el caos. Lo que conocen bien es un mundo seguro, donde hay que crear espacios de escape, a falta de masa, a falta de guerra". Por eso es que nos inventamos caos y repetimos frases que no alcanzamos a dimensionar, por eso somos rebeldes a nuestra manera: detrás de un escritorio, con consignas estridentes que retumban en la comodidad de nuestros espacios; cuando salimos a protestar lo mismo lo hacemos porque no aprueben un impuesto al internet, que porque permitan el aborto. Y en esas críticas agotamos nuestro enojo contra "las fuerzas dominantes", contra "los poderes fácticos", contra la Iglesia, contra el estado, contra... Pero más allá de esto no tenemos una ideología, no creemos en héroes, ni en ideológos, ni en la política, ni en la religión (todos estas instituciones contra las que nuestros padres se rebelaron y lograron cambiar). Ahora pedimos un cambio, pero no sabemos cuál, no tenemos un pliego petitorio al estilo de los jóvenes del 68 mexicano. Es decir, queremos cambiar, ser diferentes, pero no logramos identificar a nuestro antagonista. Hoy podemos ser liberales, intelectuales, rebeldes y ni aún así saber quiénes somos en realidad. Nos han llamado la generación inexistente, pues queremos ser otros, no identificarnos con nadie, pero en esta intención se nos ha ido el tiempo y hoy las decisiones se han escapado de nuestras manos. Por ello no nos queda más que alzar la voz, reirnos de todo, burlarnos de aquello en que no creemos, quejarnos cuando algo socialmente bien aceptado es afectado... Es por eso que cada día soy más radical, porque estoy cansado de que se nos pase la vida discutiendo generalidades, que no podamos llegar a una meta porque primero queremos dejar asentado que somos otros, Lo Otro. A mí no me importa que mis amigos sean panistas, perredistas, priistas, homosexuales, homófobos, réprobos o intelectuales. Los quiero y admiro por defender sus ideales, por dejar asentado lo que piensan, por defender a capa y espada a las Ladys de Polanco o por sufrir por los indígenas que están siendo desalojados de Wirikuta. A todos los quiero y por eso me enoja que hoy hablen de Fernando Vallejo sólo porque criticó a Calderón, al PRI y al PRD, pero no sepan quién es ese cuate, si es mexicano o colombiano (o las dos) o si han leido alguno de sus libros. Me enoja que más allá del error de Peña Nieto empiecen a hacer crítica política de un hecho que pasará rápido de moda (más allá de lo nefasto que pueda resultar y de lo indignante que fue la posición de la hija de Peña Nieto). Lo dije ayer en FB: Lo más probable es que Peña Nieto no ha perdido ningún voto. Quienes hacen bromas de su error porque son lectores seguro no votarían por él ni aunque tuviera una lista de 100 lecturas clave y pudiera citar detalles de dichos libros. De los que sí leen y votarán por él lo han decidido por filiación partidista y no les interesa si sabe de libros o no. Y quienes no leen, tomarán el error como un lapsus y si quieren votar por el PRI lo harán así Peña Nieto no sepa cuánto cuesta un boleto del Metro, un kilo de carne o cómo guiar al país. Hace algunos años a Francois Mitterand le costó el puesto el no saber cuánto costaba el Metro en Paris, pero no creo que hoy a Peña Nieto le cueste la presidencia el no saber qué responder a cuáles son las tres lecturas que marcaron su vida. Dice muy bien Geney Beltrán: "Un hombre que aspira a gobernar la república mexicana publica un libro dizque de su autoría. Viaja a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara a presentarlo. Ahí, con su respuesta, deja ver que es un mentiroso: ni acostumbra leer ni podría haber escrito el libro que dice ha escrito. Como consecuencia, muchas personas hacen mofa, en las redes sociales, de la ignorancia del precandidato. Otros, o los mismos, se indignan de lo que se halla por debajo: la simulación de un político a quien los libros le importan un pepino pero que, sabedor de que la cultura letrada alguna pátina otorga de respetabilidad, pretende hacerse pasar por uno de sus practicantes. Pronto, sin embargo, algunos intelectuales afirman que no les importa que Peña Nieto lea o no lea. Que la lectura no garantiza nada en una persona. Que otros temas son más importantes, y no los hábitos lectores de un político. Respetable su derecho de afirmar tal cosa. Pero no me deja de parecer curioso que esa declaración venga de quienes leen: aunque en sus vidas la lectura es fundamental como para darse cuenta de que para los demás puede no serlo, no se percatan de que Peña Nieto no es un ciudadano común y corriente, sino alguien que pretende estar capacitado para tomar decisiones que afectarían a 110 millones de personas: y esas decisiones pueden ser más justas, sensatas e inteligentes, lo sabemos, si quien las toma tiene criterio, conocimiento, imaginación, inteligencia, atributos potenciados por la cultura letrada". Pero también es cierto que un gran lector no necesariamente es un buen político (por ejemplo Vargas Llosa). Y no es que intenté que Geney Beltrán cambie su punto de vista, pues no es mi intención. Me gusta que asuma una postura bien definida, que diga: "esto lo creo por tal cosa y esto lo considero así por esto otro". La postura (política, intelectual, social, etcétera) es algo que no debemos olvidar. Es decir, debemos asumir nuestras convicciones aunque no sean las que socialmente son bien vistas. Por lo pronto yo me declaro un radical, católico y muchas veces intolerante. Además, soy cruzazulino y no me gusta Hemingway (no digo que escriba mal, aclaro). Decía Octavio Paz, en La letra y el cetro: “De Coleridge a Mayakovski, la Revolución ha sido la gran Diosa, la Amada eterna y la gran Puta de poetas y novelistas. La política llenó de humo el cerebro de Malraux, envenenó los insomnios de César Vallejo, mató a García Lorca, abandonó al viejo Machado en un pueblo de los Pirineos, encerró a Pound en un manicomio, deshonró a Neruda y Aragon, ha puesto en ridículo a Sartre, le ha dado demasiado tarde la razón a Breton… Pero no podemos renegar de la política; sería peor que escupir contra el cielo: escupir contra nosotros mismos”. Yo no pido no hablar de política, no burlarnos de Peña Nieto, no indignarnos con los 50 mil muertos durante este sexenio. Sólo digo que nuestro compromiso es darle la vuelta a la realidad, opinar con argumentos y no con frases hechas, abolir los lugares comunes de nuestras vidas y defender nuestros ideales, aun cuando no sean tan “buenos” como se pueda desear. Es nuestro deber estar del lado de lo que creemos oportuno, aun a riesgo de convertirnos en un radicales...

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