viernes, 11 de noviembre de 2011

Aunque Efraín nació hace un año, no fue entonces que comencé a sentirme padre, ni siquiera (como mentí) cuando vi el ultrasonido que le practicaron a mi esposa a los seis meses de embarazada. Los primeros días, incluso, sólo lo había visto 5 minutos y no tenía el gusto de haberlo cargado. Mientras estuvo en la incubadora le tocaba el cuerpo y le contaba que su madre estaba bien, en una cama en otro piso; también lo ponía a rezar conmigo y pedíamos por su salud; algunas veces le cantaba canciones (no infantiles, ni nanas, sino aquellas que en los 15 minutos que podía estar con él me venían a la cabeza). Recuerdo que la primera vez que me permitieron cargarlo en el hospital (ya estaba en los cuneros) tuve que pedir ayuda. Se rieron de mí y dos padres "expertos" me colocaron a Efraín en los brazos. Cubierto como estaba por una gran cobija, pude acercarlo a mí y hacer eso que cuentan que los padres deben hacer. Ya en casa, tras una semana agotadora, de tensión, de llantos, aprovechaba el poco tiempo que Efraín estaba despierto para contarle cualquier cosa y desde entonces me quedó la costumbre de hablar con él a todas horas (alguna ocasión, me acuerdo, le dije a Luisa que a partir del nacimiento de Efraín había hablado más que durante el resto de mi vida). Luego vinieron esas tardes cuando estando en la cocina sentía que en cualquier momento Efraín saldría de atrás de los libreros. No es que fuera posible, ni siquiera probable, pero aún no me acostumbraba a su presencia en casa. Luisa y yo habíamos estado solos 9 años y ahora alguien invadía nuestro espacio. Sin embargo tuvo que llegar su primera enfermedad para que comprendiera el concepto de padre. Era domingo, no teníamos dinero y Efraín había estado vomitando todo el día. No sabíamos qué hacer, a quién recurrir. Sabíamos que debíamos ir con un pediatra, pero no conocíamos a ninguno. Así que lo único que se nos ocurrió fue hablarle a la amiga más cercana, pedirle que nos recomendara un médico: no podíamos llevar a nuestro hijo con un médico de Similiares, ni de Genéricos, creíamos. Moni nos recomendó a un médico que vivía cerca nuestro. Salimos a la noche y tomamos un taxi (el dinero iba disminuyendo). Llegamos a una casa lujosa y tras esperar en un pequeño ocnsultorio, el doctor diagnóstico reflujo. También recetó algunas medicinas y dictaminó que Efraín debería tomar ese tratamiento mínimo un año. Nos asustamos. De no haber sido porque el médico llamó a un colega para que le dijera las dosis exactas para un bebé, habríamos gastado todo el dinero con tal de que el bebé dejara de vomitar. Pero en vez de eso, salimos a esa oscura calle donde no había gente y comenzamos a caminar sin decir palabra. El ruido de las ramas de los árboles, y no tanto el clima, hacía que sintiéramos frío. Después de algunas cuadras pasó un carro, vimos a una pareja de novios besándose. Nosotros, que debíamos tomar una decisión, preferimos pelear. Después de unos minutos y mientras dejábamos que los corajes se clamaran, nos sentamos en la banqueta y nos contuvimos de llorar. Yo tenía en mis brazos a Efraín y su respiración entrecortada auguraba un nuevo episodio de llantos. -Hay que tomar un taxi, nos vamos al ISSSTE y que ahí nos digan lo que tiene. -¿Y el dinero? -preguntó ella. -Dios proveerá -le contesté. Así que levanté la mano, paré un taxi y llegamos, tras minutos en silencio, al hospital. Tras unas horas, salimos con indicaciones, medicinas y con la esperanza de que Efraín estaría mejor al siguiente día. Al llegar a casa, creo, nos acostamos los tres y volvimos a quedarnos callados. Algo se había transformado en nosotros: estábamos tranquilos, juntos, sin temor a lo que pasaría al siguiente día. Eso fue hace casi un año y la escena la puedo ver como si la estuviera viviendo. Desde entonces todo ha marchado bien, las cosas se nos han ido dando como por coincidencia, el dinero ha comenzado a llegar, la felicidad es algo común en nuestra casa. Claro, han habido momentos difíciles (muchos), pero creo que aquella noche nos hizo saber que a partir de entonces ya no podíamos detenernos a pensar, a sufrir, a lamentarnos. Hoy hace un año que Efraín nació. Hoy hace un año que he vuelto a sonreir constantemente. Hoy hace un año que "el que provee" me cambió la vida... Ojalá un día comprenda el momento exacto en que comencé a sentirme padre y ojalá, también, que haya sabido hacerlo bien...

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