martes, 8 de noviembre de 2011

Hace semanas, quizá meses, me reuní con mis amigos de adolescencia.Nos vimos en una gasolinería que está cerca de Metro Chapultepec y de ahí empezamos a recorrer la ciudad. El Catrín, que de joven era el más puntual, llegó tarde. El Negro, que antes nos esperaba limpiando su bicicleta, ahora no dejaba de tuitear, de feisbuquear, de ver su celular. Yo, que entonces no comprendía la vida, llegué sin comprenderla aún. El Catrín puso el carro y el Negro los temas: las deudas, las esposas, los hijos. Era de noche y no nos mirábamos. Hablábamos al aire, como si sólo así nos atreviéramos a la confesión. Llegamos a un parque cerca de Vallejo y en la penumbra del auto comenzamos a hablar de cuánto le debíamos a Hacienda, de cómo haríamos para librar el mes, de aquellos sueños que nos dijeron de niños que debíamos tener. -Yo nomás pago mis deudas y me dedicaré a pasar las tardes con mi esposa y con el bebé -les dije en un arranque de sinceridad-. Que se olviden de mí para freelancear, para hacer correcciones. Ambos me miraron extrañados. -¿Y las ambiciones? ¿Los nuevos gastos? Empezaron a decir que debíamos trabajar más (los tres tenemos de 3 a 5 chambas por las tardes, para los ratos en que tenemos unos minutos disponibles), que mientras fuéramos jóvenes debíamos aprovechar las energías. -¿Saben? -,les dije- Mi padre jamás jugó conmigo. Me compraba el Nintendo, los juguetes que le pedía, pero los jugaba sólo con ustedes. Yo no sé lo que significa jugar con el padre. Entonces El Negro recordó la rutina de su padre, después de las 6 de la tarde, cuando llegaba cansado a su casa después de haber viajado hasta el DF para trabajar, después de comer solo, después de regresar en un camión de tercera para economizar. -A mí me gustaría -continué- que Efraín se acordara de las tardes que pasaba con él. Para no ir más lejos, hace unos días salimos de casa y fuimos a la tienda. Nos compramos una paleta Magnum para los tres (no porque no tuviéramos dinero, sino para compartir) y nos sentamos en la banqueta a ver pasar los carros, a comernos unos Froot Loops, a ver cómo la tarde cambiaba de color... Aquella nos platicaba cosas, hacía reir al niño, se asustaba cada que un perro se acercaba. -Sí, ¿pero la pantalla plana que quieres, las oportunidades que salgan? ¿A poco las vas a rechazar? -preguntó El Catrín, tal vez El Negro. -No, seguramente no. Pero hasta hoy he trabajado y hecho cuanto ha caído en mis manos para poder pagar mis dedudas y cada vez son menos las tardes que ocupo para recostarme y ver al niño reir, para recogerle la pelota cada vez que la tira, para platicar con Aquella, para tomar un té viendo la ciudad... Y en ese momento fue como si aquella oscuridad tomara otro tono para mí. Me vi ya sin deudas, olvidándome de revisar el correo por las noches para ver si llegó un nuevo artículo para corregir. Me observé yendo a caminar por la colonia, sudando al llevar a Efraín en los hombros... Aquella noche nos reunimos los tres que un día fuimos, es cierto; pero también estábamos los tres que seremos. El Catrín y El Negro ya han contratado seguros para el retiro, incluso uno de ellos me mandó a su asesor. Yo sigo pensando sólo en que el próximo año podré sentarme a leerle algún cuento a Efraín y, después de que se haya dormido, podré preparar un tequila para Luisa y para mí, para beberlo mientras vemos CSI Miami en nuestra pantalla plana que en algún momento vamos a comprar, y mientras platicamos sobre cómo nos trató el día. Ya falta menos.

6 comentarios:

Diana Gutiérrez dijo...

Gracias por compartir este lindo texto, Miguel, que más que de palabras está confeccionado de emoción y honestidad.

Como siempre, abrazo a los tres.

mangelacosta dijo...

Gracias a ti por pasar por aquí. El abrazo va de vuelta y ojalá pronto podamos sentarnos a platicar.

Anónimo dijo...

Exacto, ya falta menos!!!!
YTAM

Anónimo dijo...

Miguel, hiciste que recordara a mi mamá llegando del trabajo, cansadísima, exhausta, pero siempre cariñosa... Todas los tardes "jugábamos" a leer libros: juntas explorábamos las imágenes, ella leía en voz alta. Al finalizar el cuento, intercambiábamos opiniones acerca del mismo. Después, conforme fui creciendo, me pedía que nos turnáramos para leer. Así transcurrió mi infancia. Nuestro tiempo de lectura me permitió conocer a mi Boshita, pues entre las historias que leíamos en los libros, charlábamos de su propia historia. A ella le debo mi amor por las letras, y a ese tiempo compartido, la adoración incondicional que siento por ella.

Qué bueno que piensas dedicarle todo el tiempo que te sea posible a Efraín, muchos hilitos invisibles e irrompibles se irán tejiendo entre ustedes.

Fabiola Pech.

mangelacosta dijo...

Fabiola, es un gusto saber de ti, darme cuenta que los recuerdos es lo más valioso que se puede compartir (gracias por los tuyos). Pronto habremos de vernos para platicar largo y tendido. Tenemos tantas deudas de amistad que pronto deberán ser pagadas. Te mando miles de besos.

Anónimo dijo...

Miguel: claro que sí, aprovechemos las vacaciones que se aproximan para vernos y charlar. Abrazos también para Luisa.


Fabiola Pech.