miércoles, 26 de octubre de 2011

En un capítulo del Chapulín Colorado hay una casa donde todo está en caos. No recuerdo exactamente la anécdota, pero me acuerdo que cada que un personaje entra o sale de escena, hay un cuadro en la pared que se cae. Así, todas las veces tienen que recogerlo y tratar de centrarlo en la pared, colgarlo de un clavo e intentar que no vuelva a caerse. Al final del programa, creo, todo se soluciona y el cuadro jamás vuelve a caer. No sé si los guionistas habrán cavilado esta idea, esta intención, pero tal pareciera que todo el orden del hogar gira en torno a que esta pintura esté justo donde debe de estar.
Pienso un poco en eso, en que las casas nos reflejan al cien por ciento cómo somos quienes habitamos ahí: desordenados, pulcros, limpiadores nomás por encima, ocultadores de nuestros vicios... Ya lo decía un refrán que mi madre siempre me machacaba cuando veía mi cajón de calcetines: "Si quieres conocer a una persona, entra al baño y a la cocina de su casa (y observa su cajón de calcetines)".
Nosotros procuramos tener la casa alzada (no he dicho "limpia" a propósito). Mi esposa se molesta si salimos a trabajar sin antes haber tendido la cama o se enoja si la ropa dura en el tendedero más de un día o si los botes de basura están llenos más de la mitad. Yo, que soy más concha, le digo que lo deje para la mañana siguiente y la apoyo (al menos) en ir recogiendo lo que está a mi paso: un cepillo fuera de su lugar; mis libros regados en sala, cocina, baño, sillones...
Ella dice que en un hogar siempre hay una lucha: puede que la persona limpia (por seguir con este ejemplo) logre que su pareja sea menos desordenada, o puede ocurrir lo contrario. Con nosotros (como casi en todo) ella ha ganado esa batalla.
No quiero decir que la casa no esté a veces tirada, ni que haya tardes en que aquello parece estar en medio de una revolución, pero intentamos que al menos esté en orden.
Antier que Efraín se enfermó, por ejemplo, ella ordenó la casa y procuramos que estuviera lo más presentable posible. Sin decirlo, asumimos que el estado de la casa tiene una relación con la salud de Efraín (o al menos tiene influencia en su estado de ánimo). Así, cuando Efraín llora mientras nosotros recogemos la basura o lavamos los platos le preguntamos: "¿No te gusta tener la casa limpia? ¿A poco prefieres vivir con todo en desorden?". Y él juguetea otro rato y nos deja terminar, pues al final, todo lucirá mejor y nos sentiremos mejor.
Alguna vez le decía a mi esposa que lamentaba que nuestra casa estuviera tan retirada del centro de la ciudad (a donde me encanta ir a caminar), pero que todo valía la pena si al llegar podía asomarme al balcón, tomarme un té viendo la ciudad, y relajarme en medio del silencio y la tranquilidad que nos proporciona la reserva ecológica.
Creo que eso ocurre en parte porque la casa está limpia, porque el baño está limpio, porque la cocina está limpia; porque los cajones de calcetines están ordenados, porque el fregadero no tiene platos sucios, porque mis libros al final terminan en los libreros... Creo, y estoy convencido de esto, que mucha de nuesta estabilidad se debe a que al llegar a casa nos contiagamos de ese orden, y porque no tenemos cuadros que se caigan cada que abrimos o cerramos una puerta, y porque nuestra casa, al igual que nosotros, debe estar limpia y feliz para que nosotros no caigamos en depresiones ni vivamos en medio de problemas.

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