Lo más importante en ese momento era el sonido. No que tuviera mucha fidelidad, ni que se escuchara nítido, sino que sonara fuerte, lo más fuerte posible. El vocho, así, llegó a tener 12 bocinas, entre agudos y graves, entre subwoofers y bocinas de 125 volts. Es más, la planta de energía que tenía en la cajuela a veces se calentaba y era incapaz de soportar las tardes cuando dábamos vueltas por Pachuca, con las ventanillas abiertas, sonriéndole a las muchachas que caminaban por las calles.
Por las mañanas, sin embargo, éramos menos ruidosos. Pero eso sí, repetíamos nuestro diario ritual de ir escuchando rumbo a la prepa Rock 101. Entonces conducían Jordi Soler e Iñaki Manero, y por las noches Clausen nos enseñaba cuán erótica puede ser la voz de una locutora. Eso sí, los sábados escuchábamos salsabadeando y algunas tardes nos atascábamos de rock urbano, pero diario, cada que lográbamos una buena señal, nos perdíamos en los comentarios de quienes considerábamos nuestros gurús.
A Jordi, a Iñaki a Ilana y a Clausen les debo mis primeras lecturas: Bocafloja (que no me gustó), José Agustín y el mítico Crines: otras historias de rock. Además, les debo haber comprado un libro que no leería sino muchos años después: Generación X.
Tendríamos 15 o 16 años y ya pensábamos en trabajar. Recién se había inaugurado el McDonald's en Pachuca y ya soñábamos con nuestro McJob. Íbamos por la vida escuchando a Nirvana, REM, alucinábamos con Aerosmith y nuestras gargantas reventaban con dos que tres canciones del ya pasado de moda Rock en tu idioma (se sabe: Caifanes, Fobia, La Maldita...).
Por las noches platicábamos de filosofía, aunque en realidad no hacíamos sino repetir lo que nuestros maestros decían de Platón, de Sócrates, de Pitágoras; por las tardes desgajábamos nuestras vidas, y por las mañanas nos quejábamos del tiempo que nos había tocado. Claro está que éramos zapatistas, que creíamos en el PRD y que considerábamos a Salinas de Gortari como el auténtico Chupacabras. Además, nosotros no éramos de esos jóvenes alienados por la "caja idiota", ni por todos los priistas que nos mantuvieron en una "dictadura por 70 años". Es decir, éramos un gran lugar común, pero nos sentíamos diferentes.
Éramos tres, y eso había olvidado decirlo: El Negro, El Catrín y yo, y soñábamos con viajar en el carro convertible rojo del papá del Negro, con nuestro discman conectado por un adaptador a la cassetera del coche, e iríamos a recorrer campos en busca de Alicia Sylverstone y Liv Tyler, quienes nos invitarían a sumergirnos junto con ellas en alguna laguna alejada de todo el mundo.
Creíamos, entonces, que así debíamos ser, así debíamos comportarnos, pues éramos parte de la Generción X.
Como dije, muchos años después leí el libro. A mis 30 años dejé de identificarme con esos personajes, con lo que supuestamente nosotros habíamos sido. Me sentí, eso sí, un personaje secundario de una novela llamada Luz estéril (Iván Ríos Gascón) y eso no me hacía sentir feliz (aunque sí partícipe de algo, y eso ya era algo, pues en mi adolescencia me repetía kármicamente: What the hell I'm doing here / I dont belong here).
Hoy,Ríos Gascón ha escrito sobre Generación X, sobre los inútiles 20 años de la Generación X, y al leerlo me he sentido tan abandonado, tan metido entre esas líneas, tan nostálgico, que quise dejar al menos un testimonio...
Hace 1 año
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