jueves, 29 de septiembre de 2011

Diego Enrique Osorno dice que en el 2000 muy poco sabíamos de Los Zetas. Once años después, sin embargo, son parte de nuestra cotidianidad e incluso se les presiente como seres que en cualquier momento pueden intervenir en nuestra vida. Casi todos tenemos una historia donde aparecen: un amigo que cerró su negocio porque Los Zetas lo extorsionaban, un conocido que vió cómo "levantaban" a una persona... En fin, podríamos hacer diario antologías interminables de toda la información que se refieren a ellos, pero en realidad ¿qué sabemos de Los Zetas?
Creo que éste, como otro muchos temas (aborto, diversidad sexual, narcotráfico, políticas de gobierno) los manejamos en la superficie, sin atrevernos a ir más allá de buenos deseos o frases hechas que no conducen a ningún lado. Sin embargo, no por eso dejamos de opinar sobre ello cada que se nos presenta una oportunidad. Es más, decimos apoyar diversas causas y marchamos y twitteamos por ellas. Pienso que, a lo mejor, alguien que conociera a México únicamente por sus redes sociales y por sus "jóvenes" (menores de 40 y mayores de 20) creería que somos un país comprometido y combativo. Pero la realidad es otra.
Dice José Mariano Leyva (en El complejo Fitzgerald) que el exceso de información creó un vacío en nosotros. Así, en lugar de servirnos para analizar nuestro entorno, nos llenó de datos que por su vastedad son imposibles de digerir. Y eso, como respuesta, provocó que adoptáramos las posturas que se suponen progresistas o socialmente bien vistas. Como expresara Saul Bellow: "las personas bienintencionadas prefieren lo ‘bueno’. Cuanto más prósperas e ‘instruidas’ son, más se esfuerzan en identificarse con las opiniones generalmente aceptadas y respetadas" y, obvio, todos queremos ser personas bien intencionadas.
Todo esto ha generado, creo, un individuo que parece la antítesis del prototipo sesentayochero, pero disfrazado de activista. Es decir, somos unos apáticos escondidos tras la máscara de un ser combativo. Pero no es sólo que no queramos hacerlo, sino que no tenemos un líder tras cual ir. Esto por dos razones, porque la mal entendida democracia nos dijo que ya no debíamos seguir líderes sino marchar a su lado, y dos (tal vez la más importante): no tenemos a quien seguir. Hoy no hay nuevos Ches Guevara, ni Malcoms X, ni Octavios Paz, ni Alberts Camus. Estamos solos, deprimidos y sin dios (con bajas). Nuestro desencanto nos ha conducido al letargo y justo cuando estamos a punto de asomar la cabeza, las generaciones más jóvenes, las de los nacidos al final de los 80, ya nos comieron el mandado.
Mientras, nosotros podemos seguir quejándonos, twitteando, feisbukeando, prometiendo acudir a un evento, sentarnos y esperar a que otros vengan y nos saquen del marasmo y de nuestros lugares comunes, pues vamos en la retaguardia, orgullosos de ser (en parte como dice Osorno) parte de la generación zeta...

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