Ahora que visitamos a txt::nauta algo en su departamento hizo que recordara un lugar donde viví hace 14 años.
Recién había llegado al DF y vivía en la colonia Álamos, sobre Isabel la Católica; conocía sólo una forma de llegar (por Metro y después caminando) y creo que, aunque suene demasiado obvio, en aquel provinciano no había nada de lo que hoy soy.
En contra esquina del departamento había una tienda a donde iba a comprar 10 pesos de queso de puerco para llenar el estómago. Una cuadra después, en una pequeña papelería compraba cada miércoles el Melate, y dos cuadras más allá, vendían una carnitas que en lugar de antojarse daban ganas de vomitar (por el olor y por lo rosado de la carne).
Cerca había un parque en donde vendían una exquisitas hamburguesas, y sobre Isabel la Católica había una estética con el pomposo y anticuado nombre de "Salón de belleza". Un maricón hermoso (me di cuenta de ello después de que Ró me dijo que en realidad no era una mujer) sonreía a los que pasábamos frente al local y muchas tardes me hizo enrojecer.
Más allá del parque, sobre Bolívar, había un restorán donde lo fuerte eran las carnitas (caras, por cierto), pero también servían comidas corridas que tenían una gran ventaja: no había límite en cuanto a las ensaldas y el agua que incluía el menú. Además, un hombre calvo y chaparro (el dueño) tenía la voz idéntica a Mauricio Garcés.
Por esas calles recorrí por primera vez el Distrito Federal de noche. Algunas veces era Kenyi quien llegaba por mí y nos íbamos caminando hasta Viaducto. A veces era Ró quien se pasaba las tardes a mi lado, y aún recuerdo un viernes en que habíamos tomado un poco de vino cuando Kenyi nos enseñó a bailar a Ró, a César y a mí. En el rectángulo que era mi habitación, cuatro hombres nos movíamos como changos al ritmo de los Ángeles Azules (por cierto, aún pasarían muchos años para que aprendiera a mover los pies sin tropezarme).
El lugar donde vivía era sombrío y tenía varios inquilinos (los dueños vivían un piso arriba). Si llegaba después de las 10 de la noche, una viejita (la primera inquilina) me veía pasar con enojo, mientras tecleaba cartas y escuchaba Formato 21. Lo mismo sucedía si salía a las 7 de la mañana o si pasaba a las tres de la tarde o a la hora que fuera. Si la saludaba, no contestaba; pero si pasaba de largo, me amonestaba con su voz ronca y gangosa: "Buenas tardes, por lo menos", y azotaba la puerta para demostrar sus enojos. Ella, además, preparaba crepas que siempre quedaban crudas y nos ofrecía a los demás, que debíamos comerla delante de ella y después salir directo a la farmacia. Creo que sólo en esas ocasiones la veíamos sonreír.
El otro inquilino era un taxista cuyo cuarto tenía una ventana que daba a la calle. A veces llegaba con una mujer de unos 50 años, con falda muy requintada, de labial encendido, con pestañas negras y muy enchinadas. Nunca se oía ruido, pero después de un rato el departamento empezaba a oler a cigarro y ella, la mujer, soltaba pequeñas risas que confirmaban su felicidad tras el goce silencioso.
Al final del departamento, con una ventana que sólo dejaba ver un patio muy gris, estaba mi cuarto. Tenía una tele (que aún conservo) y un pequeño cuarto que tenía la función de clóset. Ya de noche (no tenía cortina), veía pasar los aviones a punto de descender al aeropuerto y me sorprendía que después de las 10 de la noche los dueños prendían luces, hacían quéhacer, cenaban, ponían música y alguna vez los vi bailar con el estilo de Morticia y Homero. Entonces, aún sin saber que algún día me gustaría inventar historias, los imaginaba una especie de vampiros que vivían de noche y en el día dormían. Ella, de pelo rojo encendido y sin cejas naturales (sino pintadas con un lapiz que siempre provocaba una línea escurrida), sonreía con una fuerza capaz de cimbrar las ventanas. Su esposo, viejo de casi 70 o 80 años, era callado y se sentaba en un viejo sillón verde que daba a la ventana interior y abría un libro de tapas azules. Así se le podía ver a las 12 o 1 de la madrugada, leyendo y viendo la noche. Sonriendo mientras su esposa sacudía carpetas tejidas y figuras de porcelana viejas ya a principios del siglo XX.
Un día me fui de ahí. Ya había caminado por muchos lugares. De eje 4 Xola hasta Indios Verdes, de CU hasta Eugenia. Empezaba a añorar Pachuca y algunas veces renegué de estar acá, siguiendo lo que creía mi sueño: estudiar Comunicación para después convertirme en VJ de MTV.
Jamás nadie lo supo, pero cuando ya vivía en Copilco, algunas veces, pretextando ir a cenar una hamburguesa, pasaba por aquella casa y me asomaba a la ventana: para ver si la vijieta seguía escribiendo cartas, para ver al taxista fumando su cigarro de satisfacción, para ver a doña Gloria sacudiendo sus muebles apolillados, mientras su esposo sonreía con esos colmillos tan puntiagudos que me provocaron una o dos pesadillas.
Hace 1 año
4 comentarios:
Ah que buen viaje ha sido leer tu relato! mis felicitaciones, esa imagen que has dibujado del viejo en el sillón verde hojeando un libro azul, rodeado de muebles viejos y su esposa vampiresa es magnífica!
Saludos!
Hola, Ulises. Nuevamente te doy las gracias por pasearte por aquí y por tus comentarios. Aún nos debemos el conocernos en persona y tomarnos un café, una cerveza o un refresco. Pero esperemos que pronto ya nos topemos por esta ciudad. Te mando un fuerte abrazo.
Pues el lugar era muy estimulante. Por lo menos tuviste la suerte de conocer a algunos inquilinos. Yo, por más que me esfuerzo, no puedo recordar a ninguno. Bueno, sí. Hay un hombre en el último piso... Germán se llama, que llega a diario a las 11 de la noche y sus pisadas de botes de concreto ascienden lentamente las escaleras. Casi siempre pasa por la puerta de mi departamento, con el rostro cansado de aquellos que han trabajado en el mismo empleo por decenas de años. Nos vemos, cruza sin decir palabra, e idefectiblemente le digo: "Buenas noches por lo menos". Caray, a veces las historias se repiten.
Roger: Tal vez algún día él escriba sobre ti: "el joven que escribía toda la noche, con la puerta de su departamento abierta, y escuchando a Zoé". jeje. Un gusto haber compartido aquella pizza y aquella noche con ustedes.
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