lunes, 18 de mayo de 2009

Fue en los tiempos de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Yo usaba pantalones de mezclilla color verde limón y camisas floreadas, tenía el cabello largo y relamido y un gusto por la poesía que propició que por las noches, en mi soledad, le leyera poemas a Oli, mi fantasma (grababa mi voz en una minigrabadora hasta lograr la entonación que creía la correcta, por si un día podía recitarle a una mujer). Entonces vivía en Villa Panamericana, en la Rinconada Macondo, en el edificio Úrsula.

Tuve la desfortuna de que un amigo rayara mi libro "de cabecera" con pluma, que agregara asteriscos junto a los títulos de los poemas que más le habían gustado, así que debí trascribir un poema para entregárselo a la mujer que en ese entonces me gustaba. Mi amigo, por cierto, la apodaba "Cara de pato".
Escogí una hoja blanca, disfracé mi caligrafía y al final de la hoja escribí mi teléfono. Al día siguiente entregaría el poema a Cara de pato.
El autor, además de ser mi preferido, había sido "utilizado" por ella para cumplir con una tarea. De ahí que tuviera un pretexto para hacerle la plática.

Recuerdo que durante tres o cuatro meses la había invitado varias veces a salir: al cine, al teatro, a tomar un café, y sus respuestas, además de vagas, eran casi desesperanzadoras.
Aquella tarde, cuando le entregué el poema, me le acerqué temeroso:
—Oye, ayer me acordaba de la tarea que entregaste...
—¿Cuál? —preguntó entre sonriente y fastidiada.
—La del poema.
—Ah, sí, Mari (su mejor amiga), dijo que conocía un poema con ese título, así que lo bajamos de internet
—¿Y te gusta Benedetti? —, interrogué inútilmente.
—Pues ese poema, el que leí, sí.
Esa era la oportunidad que esperaba. Saqué la hoja con "Hagamos un trato" y se la entregué.
Ella sonrió con esa mueca que tanto me gustaba , aceptó ir conmigo a ver la obra de teatro Las criadas, de Jean Genet, la acompañé hasta Metro Mixcoac, le pregunté cuándo volveríamos a salir y me entristecí con su respuesta. Semanas más tarde, cuando leyó las cientos de cartas que le había escrito durante todo el tiempo en que la había cortejado, después de que me regaló un libro donde me dedicaba un "te quiero", nos hicimos novios. No duramos siquiera un mes.
Durante las tardes que pasé a su lado, me pedía que le leyera poesía, luego salíamos a caminar por la unidad habitacional donde vivía y ella me contaba la aburrición que representaba quedarse encerrada en casa (la UNAM, entonces, estaba en huelga)...
Dos cosas provocaron que termina nuestro noviazgo, aunque nunca le confesé una de ellas: cuando besaba no cerraba por completo los ojos y entre sus párpados se veía una tenebrosa línea blanca; la otra, la que reconocí en una plática algunos años después, es que concí a la mujer junto a quien hoy despierto.
No he visto desde hace mucho tiempo a Cara de pato, mas algunos poemas del uruguayo me la recuerdan.

Ayer, cuando me enteré de la muerte de Benedetti, cientos de recuerdos se me estrellaron en el corazón: Cara de pato, un amigo a quien no he visto, la mujer que jamás sospeché que terminaría siendo mi esposa y, sobre todo, el joven que era entonces: más romántico, menos cuerdo, con los pies no tan cerca del piso...

2 comentarios:

Rogelio Pineda Rojas dijo...

Esto es pura emoción. Creo que ese poeta, y animoso soñador, que dices dejaste de ser, sigue oculto entre la oficina y el tono recto al hablar. Jamás he leído a Benedetti pero sé que su poesía es música de fondo para historias como la que cuentas aquí. Te mando un saludo.

Anónimo dijo...

Despierta, deja que ese soñador siga soñando.