lunes, 30 de marzo de 2009

A siete años de casados regresamos a Tepoztlán. Es como si de repente comenzáramos de nuevo, regresáramos a ciertos lugares, viviéramos algunas circunstancias otra vez.
Regresamos y obviamente ya somos otros, ya no existe el café donde aquella ocasión cenamos, ya no recordamos el lugar exacto de la casa de huéspedes donde entonces nos hospedamos, ya no somos los jóvenes que escalaron hasta la pirámide en menos de 50 minutos.
Aquella ocasión andábamos de aventureros. Nos dirigimos a la central de autobuses de Observatorio y escogimos un lugar cuyo nombre nos gustó, pagamos el boleto y subimos al camión. De pronto el conductor nos indicó que habíamos llegado. Mi esposa dice que sólo había una caseta de policías, yo recuerdo que tras esa calle, el pueblo terminaba en campos verdes, era un pueblo de dos calles.
Luego, divertidos con nuestro fracaso como "aventureros", regresamos al DF y nos fuimos a la Central del Sur, ahí escogimos Tepoztlan por destino, a donde llegamos ya con la tarde entrada. Subimos a la pirámide, nos besamos, nos tomamos fotos (que nunca revelamos y después perdimos), vimos el pueblo, los plantíos y escuchamos las campanadas de la iglesia. Luego, ya de regreso de la pirámide, comenzó a llover y debajo de un árbol escuchamos a un hombre tocar en sax La vie en rose.
Esa noche la pasamos en una habitación con espejos por paredes, con un baño inmenso y con las ansias de dos jóvenes en pleno romance. Todo se nos hizo caro: la comida, el hospedaje, las cervezas...
Y sin embargo, fuimos muy felices.
Ahora, a ocho años de aquel viaje, a siete de que nos casamos, regresamos ya siendo otros, con una historia que algunas veces ha amenazado con borrarse, con caer en lugares comunes, con terminar en un final amargo. Volvimos y caminamos mucho, subimos a la pirámide en medio de jadeos y sudores, nos dejamos abarcar por el viento de esa alta montaña, guardamos silencio y vimos a una pareja que tal vez regresará en ocho años (ella había mentido a sus padres para estar ahí y él la escuchaba como si no hubiera nada más importante que ella): esta sospecha es de mi esposa (a quien le gustan las novelas románticas), no mía. Luego bajamos al pueblo y ya no nos pareció tan caro, ya no tuvimos urgencia por descansar uno junto al otro, ya no quisimos bebernos el día.
Por la tarde llegamos a un restorán, nos lavamos la cara y las manos, luego disfrutamos nuestros alimentos (ella ya no despreció las cebollitas asadas y yo comí con sólo una tortilla) y sonreímos durante la comida. Nos tomamos de la mano y le escondí su tenis, nos dejamos llevar por la placentera sensación que trae consigo la tranquilidad y la paz espiritual.
Después comimos nieve (ella de mandarina, piña colada y algo más; yo de piña colada, platano con chocolate y galleta) y caminamos por empedrados, entramos a una iglesia, recorrimos la plaza y vimos cómo la noche llegaba.
De regreso ella se quedó dormida en el autobús, yo miraba una película y a veces volteaba a verla dormir, la observaba respirar pausada. Me sentía feliz.
Ya casi al llegar a la central camionera tomé su mano como si fuera un pequeño canario de los que en la infancia alimentaba, y la apreté ligeramente para que ella despertara. Sonrió como hace siete, ocho años lo hacía.
Entonces supe que aún hoy, a siete años, la felicidad sigue siendo posible...

3 comentarios:

Anónimo dijo...

QUE HERMOSO!!, cuánto amor se percibe!

Marisol dijo...

La vida está tan llena de recuerdos tan lindos. Momentos tan pequeños, pero significantes, que como dice Serrat, “nos hacen que, lloremos cuando nadie nos ve”... y pensar que los dejamos pasar cual rayo fugaz que no percibimos hasta que escuchamos el trueno... Caray!!! Pues el rayo me acaba de caer, si justo cuando leí que son ocho años de tu viaje, siete de tu matrimonio!!!
Miguel ¿seguimos planeando cuándo nos vamos a ver??????
Ya pasaron cuántos días desde tu último cumpleaños? Van a ser dos años si no me equivoco, fue en el 2007 cuando nos vimos por última vez!
Aún no puedo deshacerme de los papeles de la facultad, no sé cómo uno guarda tantas cosas, supongo que serán esos recuerdos, de los que uno tontamente piensa que se va a desprender, o, a los que piensa puede traicionar si lo manda a un bote a reciclar…
El fin de semana me preguntaban si había tomado clase con Nacho Trejo, creo que fue la última que tomamos juntos, a la que por cierto, casi no se presentó y de la que tengo memoria de un par.
¿Por qué pasamos tanto tiempo planeando la vida? Yo sigo más que enamorada y me sorprendo de lo feliz que me llego a sentir. ¿Me habrás visto antes tan ilusionada? Espero que digas que no, que el semblante me ha cambiado y que pronto podré escribir historias hermosas y llenas de amor como las suyas.
Te mando un abrazo y uno más a Luisa. Espero verlos pronto.

Ogirdor dijo...

¿Dirán que soy joto, si digo que me fascinó?