lunes, 23 de febrero de 2009

Miro por la ventana del taxi y siento que estoy en otra parte, no en ese vehículo. Volteo y miro a mi esposa, pero la siento lejana, como si estuviera acompañada de otra persona y no por mí.
—Me siento extraño —, le digo, pero ella no responde, seguramente por cómo me ha notado a lo largo de la semana: susceptible, irritable, cansado...
Luego cierro los ojos y siento que mi alma se desprende del cuerpo, casi puedo voltear a verme a mi mismo, oyendo a cientos de voces a mi alrededor, pero cuando empiezo a elevarme por completo, mi esposa, quien me tiene tomado de la mano, alza los brazos en una plegaria y yo vuelvo a mi cuerpo, aunque pareciera que mi alma no calza a la perfección con el cuerpo que siempre ha habitado.
Ya más de rato, camino y no veo la calle que está delante de mis ojos, sino otra, como un recuerdo que quisiera hacerse presente pero en forma de un sueño. Cierro los ojos y pareciera que algo se aferra a desprender mi alma. Por eso siento tanto miedo de quedarme dormido en el trayecto.
Luego escucho voces, felicitaciones, chismes, y nada lo registra mi cerebro, sino sólo mis oídos. Todo lo dicen muy lejos, en el lugar donde mi cuerpo parece poner atención.
De noche, ya en casa, le vuelvo a repetir a mi esposa: "Me siento raro, como si no estuviera en mi cuerpo".
Ella no dice nada. Temo que no me haya escuchado, que en realidad sólo mi alma haya hablado, pero no mi boca.
"Bilocación mística", lo llama María de las Nieves.
Creo que me está afectando mi lectura actual...

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