miércoles, 14 de enero de 2009

La melancolía no es producto de la vida.

Noche, en casa, lejos.
Escucho la radio: estación al azar.
Música pop, la de moda.
Pero escribo en soledad.
Dicen: Avenida Revolución, Instituto Hidalguense.
Quiero llorar.
Una emisora de Pachuca, el útero lejano.
Me pregunto si mis padres aún viven su vida,
o si ya presienten la vejez y por eso los lamentos
que me rompen al escucharlos tras el teléfono.

8:04 PM
Los amigos, todos allá.
La familia regada: la mejora profesional:
los sobrinos de dos veces al año,
los convivios: pretextos para no sentir la ruptura que existe.
La hermana, ¿qué ha quedado de las tardes juntos?:
una llamada cada domingo.

Al final de la canción: X y Y escuchan la estación,
acompañadas por su madre, dice un telefonema.
Envidia.
¿Cómo es que hoy el destino me ha permitido hallar esa emisora?

¿Hace cuánto la huida?
Ya trece años, más uno de tiempo antes.
No es la ciudad que dejé,
no somos ya adolescentes.
Se me vino la responsabilidad, los sueños
(¿cumplidos?)
Quisiera volver, pero a qué.
¿Es posible regresar?
Una nueva familia: aún el futuro que se planea
¿y allá?:
el romanticismo del pasado...

Entonces para qué seguir atormentándose:
Guerrero 108, Monte Everest 220, noches de viento, el reloj monumental.
Las calles: recuerdos; las personas: ídolos (¿santos?);
la memoria: el llanto.

Mejor apagar la radio, esperar a la esposa;
mejor imaginar lo hecho fuera del terruño, lo que vendrá.

Neurótica 106.1 FM
y todo lo que llega a la mente:
mis padres, mis padres dejándose envejecer.
El presente: las sonrisas de la mujer a quien amo,
la novela, los cuentos, los proyectos.

Si esto es ahora, ¿que será cuando deje México?

Apago la radio. El corazón no resiste más.
La melancolía, el llanto memorioso.
Pachuca: la bella airosa, la madre recriminadora,
la infancia feliz, la adolescencia desbocada,
la colonia que abandoné.

He cambiado mi credencial del IFE
y aún presiento la ciudad rodeada de cerros;
todavía me derriten las chalupas, los pastes;
quiero seguir paseando por Ocampo, comer churros,
visitar el mercado Primero de Mayo,
avanzar por los recuerdos que me formaron.

Es de noche, escuché la radio y lloré,
por dentro el llanto frío,
el saberse extranjero, ahora incluso en Pachuca:
Patoni, el "rancho", Vista Hermosa, Doria,
las marchantas, el comercio, el griterio de la vendimia,
los antros, el alcohol, la amistad
y la partida que nunca terminará:
siempre al volver los ojos a donde nací
estaré muriendo de a poco,
dejando todo y nada;
al pensar en la familia,
en la próxima vez que los telefonee,
y creyendo que algún día he de regresar,
abandonando, quizá, el presente que ya será pasado.

Pachuca, he de maldecirte donde esté,
pues cada que puedes me haces llorar.

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