martes, 21 de octubre de 2008

Supongo que hay días en que uno amanece de buen humor, sabedor de que a punto de llegar a los 60 años el cuerpo aún resiste. Entonces, uno piensa en el homenaje que han de rendirle en Bellas Artes, en la mejor de las salas, pues para eso uno fue el mejor director de Literatura del INBA, y se siente uno pavorreal. Luego han de llegar los reporteros y uno continúa: "soy el cuentista vivo más importante del país", "dicen que soy un cuentista nato. Yo diría que casi cago cuentos. Y como creo en Dios, a lo mejor existe un ángel de la guarda que me los dicta", "mi maestro (en el cuento) soy yo"... Y así continúa uno mientras los periodistas registran cada una de nuestras palabras. Al día siguiente, cuando se publiquen las declaraciones, uno estará convencido de que sí se es el mejor escritor mexicano de cuentos vivo, y se olvidará del pasado, cuando recién muerto Octavio Paz, y ya sin poder defenderse, uno lo ofendió en un artículo periodístico; se acordará uno de los cientos de jóvenes que han pasado por el taller literario que se ha impartido por años y de algunas de las vocaciones que han terminado recostadas a nuestro lado (al menos eso dicen).
Ya en ese momento, claro que uno puede considerarse el mejor en todo.
O quizá habría que preguntárselo a Guillermo Samperio.

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