viernes, 17 de octubre de 2008

De mañana, cuando prendo el boiler, camino por la casa a oscuras. Tanteo la estufa, tomo los cerillos, abro la puerta que da a donde está el calentador y sólo la flama del cerillo es lo que ilumina toda esa oscuridad. Hoy, observé una mariposa negra, de esas gigantes a quienes atribuyen ser almas de muertos. Luego miré la reserva ecológica y regresé a la cama. Pensaba entonces que los muertos que andan todavía en nuestro mundo buscan la luz que necesitan para llegar a la luz eterna que es Dios, por eso les prendemos veladoras, por eso, quizá, las mariposas nocturnas revolotean alrededor de los focos.
Como es costumbre, al apagarse el boiler seguí acostado. Cinco minutos más, diez minutos más. Luego, soñoliento aunque agradecido por ser viernes, caminé al baño, prendí la luz y me metí a la regadera. Mi esposa aún dormía.
Para evitar que el baño se llenara de vapor, abrí una pequeña ventila que da al patio donde está el calentador y ya cuando me enjabonaba la cara, advertí que encima del tubo que detiene la cortina del baño estaba la mariposa negra, pegada a la cortina casi como un murciélago. 
Asustado abrí una ventana más grande y golpeé varias veces la cortina tratando de ahuyentar a la paloma, pero esta se posó en el tubo y se me quedó mirando. Mi mente pensó de inmediato en El Cuervo de Edgar Allan Poe y casi pude oír a la mariposa canturrear un "nunca, nunca más".
Ahogué un grito de espanto, mas expulsé otro para que mi esposa acudiera en mi ayuda. Al escuchar que se acercaba le advertí que no abriera por completo la puerta del baño -a ella también le dan miedo esas almas con alas- y le dije que apagara la luz del baño y prendiera la que estaba afuera. Supongo que mis ojos -ella había desobedecido mi advertencia- la habrán alertado de que algo me estaba ocasionando un miedo irracional. Al ver la mariposa salió corriendo. 
Siguió mis indicaciones y con la luz del patio prendida y la del baño apagada, pegué nuevamente en la cortina para que la paloma se fuera. Aún voló sobre mi cabeza unos segundos, sin temer el contacto con el agua hirviendo, y mientras salía al patio con su batir de alas y se posaba sobre un azulejo, yo sólo pensaba en su cantar fúnebre: "nunca, nunca más".
Todavía a esta hora sigo pensando en eso y el miedo sigue a mi lado y quizá "mi alma, del fondo de esa sombra que flota sobre el suelo, no podrá liberarse nunca más".

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