martes, 28 de octubre de 2008

Me siento ligero desde que desperté. Por eso voy por la casa, de un lado a otro, preparo el desayuno, bebo café, me visto distinto a como lo hago siempre.
Ya cuando llegamos a la esquina de la calle para tomar el microbús, la señora de la tienda no me saluda, pero supongo que debe estar muy ocupada limpiando los estantes, barriendo, acomodando algunos productos. No por eso, deja de parecerme raro.
Veo que el microbús se acerca y levanto la mano, pero pasa sin detenerse. Incrédulo, lo miro y noto que el chofer iba con la cabeza gacha. Tal vez por eso. Para mi buena suerte un camión no llega a la base y una cuadra arriba da la vuelta y emprende el camino hacia Izazaga. Le hago la parada pero pasa volando, quizá tratando de ganarle el pasaje al microbús que tras de él también avanza sin hacer caso a mi brazo extendido.
"Tres", pienso, "tres y no nos hicieron la parada".
—A lo mejor hoy amanecí invisible —, le digo a mi esposa y ella comienza a reír.
—Ponte a media calle y si no te ven, es que eres invisible —una mujer parada una esquina abajo mira con extrañeza a mi esposa.
Así que camino al centro de la calle y no pasa nada, nadie se asombra por lo que hago. Permanezco apenas unos segundos, pero no pasa nada.
Luego, ya sospechando de ser invisible en realidad, hago la parada al siguiente microbús y se detiene. A mis espaldas mi esposa también ha levantado el brazo, "por si las dudas", creo. Tomo el micro, avanzo sin problemas por el andén del Metrobús, bajó de él sin chocar con nadie y ligero, como me sentí desde que desperté, camino la gran Ciudad Universitaria.

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