martes, 9 de septiembre de 2008

De niño me gustaba ir a la dulcería El Anicito pues afuera había una máquina espectacular: era una gran caja con una pequeña escalera y un ojo de buey. A través de ese ojo de buey uno hacía mirilla con las manos y si le echabas una moneda de doscientos pesos podías admirar un espectáculo de muñecos grotescos. Al que yo iba tenía la reprentación de unos enanos mineros que con un pico destrozaban piedras y descubrían piedras preciosas. A las espaldas de todos ellos, sin embargo, un demonio parecía dispuesto a enterrarlos bajo todas las piedras en el momento en que se cansara de observarlos. Por suerto esto nunca pasó.
Los mineros tenían movimientos torpes, como de marionetas que se rompieran, como de juguetes que hacen crac cuando han sido sobreexplotados por manos infantiles. Y un juego de pequeñas luces hacían que de repente la mina fuera asfixiantemente roja o bellamente blanca con piedras relucientes.
Creo que lo más semejante a esta máquina era lo que algunos conocimos como View master, unos como lentes a los que se les insertaba un disco y uno podía ir viendo cierta secuencia. La maravilla de ese View Master era lo tridimensional, uno parecía estar observando una escenificación en tres dimensiones e incluso se sentía dentro de aquel paisaje. Recuerdo, por ejemplo, un disco de Caperucita Roja, donde el niño más valiente se asustaba cuando en un fotograma (¿se les llamaría así?) el lobo atacaba al voyeur con su hocico abierto y babeante.
Ayer, ya de noche, pasaba por el Parque de la Bombilla rumbo al Metrobús. Había mucho ruido y ante muchos ojos expectantes, volteé hacia el Monumento a Álvaro Obregón donde se proyectaban ciertas imágenes: a veces árboles, otras tapices, unas más pinturas de Frida Kahlo.
-Cuando uno se encuentra de frente al monumento pude apreciar un espejo de agua en primer plano, bardeado por pinos altos y delgados, y al fondo la entrada al monumento-
Ayer, estaba sentado de frente al monumento. De pronto, por un juego de luces, los árboles empezaron a colorearse de amarillo, naranja, verde, azul, morado y las luces provocaron que se movieran aún cuando se mantenían quietos. Además, la imagen proyectada en el gigantesco (seguro lo construyeron priístas) monumento a Obregón, se reflejaba en el espejo de agua y provocaba una atmósfera muy similar al de aquellas máquinas que visitaba en mi infancia o a los fotogramas del view master. Hubo un momento en que de los árboles comenzaron a surgir grandes ojos fridakahleanos, pájaros multicolores, estrellas centelleantes. Entonces, desde mi inmobilidad me sentí dentro de una lámpara de esas que a pesar de que la pantalla no se mueve, un mecanismo proyecta imágenes que semejan el movimiento. Me sentí atrapado en esas máquinas, en el fotograma del view master, en la lámpara de un niño que de noche tiene pesadillas por lo que la luz refleja en el techo de su habitación, me sentí un pequeño minero observado por el diablo. Entonces, sin poner ningún pretexto, me dejé llevar por la mano de mi esposa, que como tantas otras veces, me rescataba de mis miedos.
PD. Por cierto, mi mente ha bloqueado el nombre del artista a quien debemos tan bella y espantaso proyección.

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