lunes, 25 de agosto de 2008

Tres

Uno
Le pregunto si tiene cambio de un billete de cien pesos. Él contesta que no, pero que al terminar de bolearme los zapatos, lo irá a cambiar. Así que me subo a la silla, mientras él me ofrece El Sol de Hidalgo. Lo reviso deprisa, aunque con la suficiente atención para darme cuenta que noticias locales sólo hay en la sección policiaca. En tanto, él comienza a preguntarme sobre la misa que se celebra. Estamos afuera de la iglesia de San Francisco -patrono pachuqueño. Le comento que es de un primo, que se gradúa, y al pasar del tiempo aquella plática va cambiando hasta que termino por escuchar su reciente aventura: ha discutido con un vagabundo a quien le regala ropa e incluso invitó a trabajar en su carrito de bolero. Comprendo que necesita desahogarse pues la boleada se extiende casi media hora y mis zapatos negros serían capaces de servir de reflectores por tanto brillo que les ha sacado. Al final, me pide un cigarro -tuve que comprar una cajetilla para conseguir que nos cambiaran el billete- y se pone a platicar con un hombre que vende pepitas. A él también le reseña, reiterativamente, la aventura que a mí me platicó.
—Si al rato no tienen dónde acabar la pachanga —me grita cuando ya estoy en la escalinata —le caen a mi casa, que ahí siempre serás bien recibido.

Dos
Mientras me bolean los zapatos van llegando mis primos, mis tíos. En cuanto me observan se acercan a saludarme, sonríen, y hay algo en su actitud que me hace sentir como si nunca hubiera salido de Pachuca, como si aún fueran las tardes de mi infancia que pasaba en su casa comiendo lentejas con plátano tabasco; escuchando a mi prima la mayor proferir frases mágicas para llamar a su amigo espiritual de la ouija; como si aún boxeáramos en el gallinero; como si aún nos metieran a bañar con agua calentada con "combustible" -esos paquetes tan olorosos a petróleo.
Me saludan de lejos, de mano, con un guiño de ojo, y entonces me arrepiento de haber contemplado la posibilidad de faltar a esa fiesta.

Tres
Ya es de madrugada, he bailado con mi hermana y una prima. Todos me han cuestionado por qué mi esposa no pudo asistir -duda resuelta con suficiencia, por cierto-; mi tía platica con mi mamá y la abuela; mi papá brinda con mi cuñado; mis sobrinos duermen sobre la mesa, en sillas que sirven de camas. Y mi tío, que siempre que me ve me da un gran abrazo -tal vez en recuerdo del niño que vivió gran parte de su infancia en su casa-, suelta palabras que nadie me dice: gnosticismo, valores, los cuatro acuerdos, Nietzsche, masonería, edificar...
Me habla ya entrado en copas, me recuerda que uno no debe perder piso, que el ser veleta es lo menos propicio para el que busca verdades del Ser y entre tantos conceptos deja entrever una preocupación: cuando pienso en ustedes -después comprenderé que se refiere a mi esposa y a mí- creo que ni siquiera el término divorcio debe existir -sonrío-, pues tú sabes, debes saberlo - porque lees mucho, porque estás en un peldaño que no muchos consiguen- que la familia es la base no sólo de la sociedad, sino de la salud mental del Ser, de la psicología del hombre...
Y bebe de su vaso, y mira a la pista, y pone atención a lo que el cantante del conjunto musical dice.
"No porque soy más viejo que tú, sé más que tú. Pero ten cuidado en no desviarte del camino. Mantente en contacto con nosotros, háblanos por télefono, ve a la casa para platicar. Recuerda que lo peor que le puede pasar a un hombre es extraviar su camino. He visto a muchos salirse de su camino. Pero no me gustaría que tú fueras uno de ellos. Ahora, si me perdonas, voy a bailar ese mambo que nos dedicaron".
Se levanta y en la pista es nuevamente el tío que baila incluso cómico, el que fue guardabosques, jefe de meseros, trabajador en Ciudad Sahagún, el que se duele del corazón como Sara García en algunas películas, el que ríe al escuchar que sus hijos le dicen "pinche gordo" -de cariño-, el que nunca terminó la secundaria -según cuenta una leyenda negra familiar-, es él disfrutando de su enorme familia, sin importarle que yo esté clavado a mi silla, tratando de entender lo que me ha dicho, preguntándome -como tantas otras veces- cómo es que me ven las personas que se acercan a hablarme de espiritualidad, que me recomiendan libros sobre las 48 leyes del Poder, me abren su casa siendo yo un desconocido o por qué siguen invitándome a sus fiestas mientras que yo nunca he tenido siquiera el detalle de hablarles un día de su cumpleaños o...

No hay comentarios: