martes, 12 de agosto de 2008

Nostalgia de un fantasma

El 10 de agosto de 2007 fue la última vez que supe de Lona. Ese día festejaba su cumpleaños (32-33, no lo recuerdo) y a media tarde le llamé para felicitarla. Tardó en acudir a la bocina, luego, al contestar lo hizo de manera extraña, como si estuviera hipnotizada o aún no terminara de salir de un sueño. Estaba molesta y no quizo decir mucho (si acaso soltó unas diez palabras, no más) y eso, en ella, me resultó preocupante. La felicité sin prisas y le pregunté si al fin había terminado de leer un libro que días antes me había presumido ("pero si lo leíste hace un mes, ¿no recuerdas?", le dije acostumbrado a sus rarezas), y ella sólo gimió un sonido que no supe si era afirmativo o no.
Quedé de llamarle una semana después, sin embargo no lo hice porque andaba corto de dinero y desde varios encuentros antes ella insistía en que la invitara a jugar billar y a comer en un restorán del Barrio Chino. Luego vino el trabajo excesivo, la falta de tiempo (más allá del uso corriente de éste como un pretexto) y finalmente el desconcierto total.
Telefoneé varias ocasiones a su casa, siempre en diferentes horarios, y aunque al principio se negaban a darme informes de ella, terminaron por desconocerla ("aquí no vive nadie con ese nombre, no la conocemos, deje de estar molestando, debe tener el número de teléfono equivocado).
Recordé muchas veces el final de las Batallas en el desierto, cuando Carlitos va a buscar a Jim y nadie le da razón de su amigo: nadie lo conoció, nadie jamás lo vio, ya ni siquiera el portero del edificio es el mismo. Yo me sentía Carlitos, sin mi Perry Mason, recién salido de una tortería de Insurgentes donde Rosales me había relevado una gran tragedia, pero en mi caso, no estaba tan seguro de que en realidad hubiera existido Lona.
Algunas mañanas de sábado (sin saber por qué) pensaba en Lona e intentaba, junto con mi esposa, ubicar la casa a la que en tres ocasiones la había llevado a media noche, tal vez así... Reflexionaba en ciertas personas que la conocían: una está muerta, de otra no conozco más que su nombre, y de una más estoy seguro que dejó de frecuentar a Lona antes que yo.
Hay días en que pienso en descolgar el teléfono con la esperanza de que su sobrino sea quien atienda la llamada y tal vez él me dé alguna razón de Lona.
Hace mucho que la extraño, que pienso en ella, que recuerdo esa tarde cuando me invitó a leer frente a un grupo de masones, su nerviosismo al hablar acerca de la ciudad. Me acuerdo que esa tarde iba muy bien vestida a comparación de como siempre andaba, recuerdo que al salir de ahí caminaba dubitativa. Hay ocasiones, incluso, en que nos miro caminando por Reforma, siendo observados por los transeuntes como si estuviéramos locos, y la recuerdo con su mochila hecha con un pantalón de mezclilla viejo, con un lazo, con una camiseta blanca. Todavía la veo decirme adiós en el Metro Balderas, con su sonrisa amarilla que recordaba los tiempos cuando fumaba, con sus ojos viendo lo que nadie podíamos y observo su mano alzada entre tanta gente. Entonces me siento triste.
El domingo tuve ganas de intentarlo de nuevo, de llamar a los números donde antes la localizaba, pero me pareció de mal gusto preguntar por un fantasma justo el día de su cumpleaños.

Si tan sólo la hubiera llamado antes de que desapareciera...

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