miércoles, 13 de agosto de 2008

El maestro (preparado con años de meditación, de trabajo intelectual, de reflexión ensimismada) le da su consejo al discípulo (por lo general con una frase enigmática que contiene la solución a los problemas que se le plantean al hombre inexperto). Este último, saborea cada palabra dicha por una boca sabia, mas no alcanza a comprender a lo que se refiere. Es, digamos, una frase bella, insuperable, de la que sin embargo no logra entender siquiera un diez por ciento.
A lo largo de la historia, entonces, debe hallar las coincidencias, las oportunidades, las cosas que le den sentido a la frase del maestro. Pelea con otros y con el mundo que le rodea hasta que enfrenta a su enemigo más poderoso: él mismo reflejado en el aprendizaje adquirido a lo largo de la travesía.
Una vez terminado este combate (resulte ganador o perdedor el discípulo que aún paladea la frase premonitoria), sabe que la solución la tenía desde el principio a su alcance, pero que fue necesario recorrer muchos caminos para llegar a ella (desvelos, tristezas, dudas).
Ahora pienso una y otra vez algunas frases, en ratos me siento alegre, esperanzado; otras decaigo en el desánimo.
Debo reiniciar mi camino...

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