jueves, 3 de julio de 2008

Si uno se sienta en el sillón de tres plazas y gira la cabeza a la derecha puede ver la ciudad de norte a oriente, un poco del sur también.
En las noches lluviosas el olor de la reserva ecológica que se encuentra a unos metros, se filtra por debajo de las puertas y entra de lleno si uno abre la del balcón.
El frío sube despacio, como no muy convencido hasta el segundo piso, y en estos días incluso es más fácil que el calor le gane la carrera.
Yo miraba la ciudad y ella cruzó la sala hasta estar junto a mí.
Pensé que la posición como se había sentado aparte de incómoda resultaba cómica.
Entonces ella alargó el cuello, se recostó en mi pecho y me dio algunos besos ligeros.
La noche estaba a punto de dormirse. Nosotros también.
Por la mañana en el espejo me había encontrado radiante, sin ojeras, convencido.
Pensé que sería un día importante.
Y sí, lo fue.

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