lunes, 7 de julio de 2008

Me gusta platicar con Temoc pues siempre tiene proyectos que está llevando a cabo, siempre le sale esa carcajada tan estruendosa, siempre dice las cosas como las piensa y siempre ha dado varios pasos hacia el frente desde la última ocasión en que nos vimos.
El viernes no fue la excepción: ahora piensa montar una obra, dirigirla, alquilar un teatro, recomendar a algunos actores para que presenten sus obras en el Distrito Federal, mejorar los espectáculos para niños, ahorrar dinero para viajar a Polonia, a Inglaterra, tal vez a Siberia.
Él, tan alejado del estereotipo del actor, tan distante de las grillas culturales, tan dispuesto a emprender viajes, tan amigo a pesar de la lejanía; es una inyección de optimismo para quien comparte su mesa: habla, ríe, canta, imagina, planea al vuelo.
Entonces, cuando nos decimos adiós, siento que nos ha llenado de energía aun a costa de él, y lo miro caminar erecto, sin titubeos, como si su vida estuviera resuelta (y quizá lo esté a pesar de lo que él cree). En esos momentos pienso que al siguiente día debo levantarme con más ánimo, olvidar las derrotas, pensar en lo promisorio del futuro, sonreír sin importar que volteen a verme...
Lo miro alejarse y siento envidia (de la que llaman "de la buena").

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