martes, 1 de julio de 2008

El lugar de reunión en casa de mis padres es la cocina, donde está el desayunador y donde pueden pasar horas enteras sin que uno se levante para otra cosa mas que para traer comida recién hecha o salida del refrigerador.

Ellos, mis padres, hablan y fuman y dicen y cuentan y repiten una misma historia e irremediablemente regresan al pasado para ejemplificar cosas de hoy. Sin embargo, esa tarde (he visto varias ocasiones el reloj) mi mamá avanza cautelosa, rodeando un tema que no termino de adivinar. Hasta que llegado el momento (tal vez cinco o seis cigarros después de que han empezado a hablar sobre mi vida), suelta:
—¿Qué te está pasando? Te estás avejentando muy joven, te has convertido en un adulto responsable, aturdido, serio...

Quisiera arrebatarle un cigarro y comenzar a fumar, pero no lo hago. Mi mente empieza a imaginar intentando con ello evitar el sufrimiento.
¿No te da vergüenza? ¿Cómo es posible? ¿Qué has hecho para llegar a ese estado? ¿Ya ni siquiera puedes vivir entre la gente?

Miro a la mesa y siento que algo dentro de mí se agita. No creo que sea llanto.
—¡Hubieras podido ser tan feliz!... Eres fino, eres inteligente y egoísta. ¿Pero qué has hecho durante toda tu vida? Engañar, engañar... ¡nada más que engañar!... Y ahora resulta lo de siempre; eres tú, el verdadero, el único engañado. ¡Me dan unas ganas de llorar!...

Sigo sin atreverme a verla a los ojos
—Crees haber vivido más intensamente que nadie. Pero, ¿te atreverías a negarlo?, nunca te has entregado. ¡Cuando pienso que prefieres cualquier cosa a encontrarte contigo mismo! ¿Cómo es posible que puedas soportar ese vacío?... ¿Por qué te empeñas en llenarlo de nada?

Mi padre sólo asiente con la cabeza, da una bocanada al décimo cigarro, me observa con tristeza.
Ya no eres capaz de extender una mano, de abrir los brazos. ¡Es verdaderamente desesperante!... ¡Me dan unas ganas de llorar!*

Entonces, sin que este diálogo haya ocurrido más que en mi mente, giro la cabeza hacia el reloj y exclamo que ya es muy tarde, que debo regresar al Distrito Federal, pues hay que dormir temprano, hacer unas llamadas (invento excusas)...

Salgo de la cocina, tomo la maleta y quiero correr hasta llegar a la central de autobuses para poder fumar sin que ellos se den cuenta el dolor que me han provocado sus palabras, sin que noten como se cimbra mi cuerpo al reconocer que una verdad ha acertado en mi corazón. Entonces comienzo a sentirme viejo, responsable, aturdido, serio...

¿Cómo recuperar esa juventud?, pienso por la noche antes de dormir.

Sigo sin respuestas.

* Fragmentos de Interlunio, de Oliverio Girondo

No hay comentarios: