jueves, 17 de julio de 2008

No recuerdo si ya escribí sobre esto...

Es más, no me acuerdo cómo sucedieron las cosas. Solo tengo en la memoria una frase: "si te lo decimos a ti es porque sabemos que eres como de piedra".
Esto lo dijeron mis padres hace dos años, tal vez tres. Me contaban de un problema muy grande que tenían: no recuerdo si era una enfermedad que los llevaría al hospital o sobre la enfermedad de alguno de los dos, de la cual, por cierto, no querían que se enterara mi hermana.
Entonces creí que realmente querían enterarme de su situación para que yo, con palabras más amables, le comunicara la urgencia a mi hermana. "Ya sabes que ella se preocupa demasiado, que actúa de inmediato sin medir las consecuencias, en cambio tú... si te lo decimos a ti es porque sabemos que eres como de piedra".
Desde entonces me he enterado de pleitos, he escuchado llantos, tragádome reclamos hacia otras personas, sentido las ofensas que mis padres sufren y puedo decir que he intentado todas las ocasiones mantenerme como de piedra. Luego les digo alguna palabra que me venga a la mente, les comento qué es lo que yo pienso al respecto, incluso (muy contadas veces, para ser franco) me he atrevido a recomendarles una solución.
Después salgo de su casa o cuelgo el teléfono y camino por un momento, hago quehacer, fumo o procuro cansarme tanto que el cansancio me lleve al olvido. Así, creo, todo ese mal que ha entrado por mis oídos, por mis ojos, se quedará lejos de mis padres, de mí, ya sin poder hacer daño. Sin embargo, a la hora de ir al baño, de sentir que las tripas se retuercen o el estómago sangra, sé que no me es tan fácil ser como de piedra. Hoy, incluso, sentí a un gnomo minero que picaba una y otra vez en mi estómago de piedra y provocaba, de a poco, que todo mi cuerpo se cimbrara y terminara por derrumbarse mi corazón.

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