miércoles, 16 de julio de 2008

Llega un momento en que, por la noche, la casa va quedando en silencio.
Mi esposa ha apagado la computadora después de trabajar algunos minutos.
Yo agarro un libro y leo dos páginas por mucho.
Prendemos la televisión con tal de no aceptar la realidad tal cual es.
El volumen es muy bajo, como si quisiéramos que incluso el hombre de las noticias susurrara.
Poco a poco bajo más el volumen, hasta que por fin nos hemos acostumbrado al silencio y apagamos la televisión.
Es hermoso el silencio, la tranquilidad de estas horas, cuando los sobrinos que tenemos de visita en casa (cuatro, ¡cuatro!) se han quedado dormidos.
Al fin un instante de tranquilidad.
Qué bella es la vida (más cuando esos cuatro están despiertos y gritan: tíos)

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