martes, 29 de julio de 2008

La otra noche estaba cansado de leer historias a mis sobrinos. Apenas terminaba un cuento, ya querían escuchar otro. Uno de ellos me preguntó de repente por qué no les leía uno de los libros que me gustaban a mí. Fui al librero y empecé a buscar algún cuento que pudiera gustarles. En mi búsqueda me topé con un libro de poesía de Efraín Huerta para niños. Releí rápido algunos de los poemas hasta que encontré el que consideré apropiado. Caminé a la habitación donde estaban cuatro expectantes niños y les propuse, que tras leerles un poema, me dijeran qué se habían imaginado.
Leí, con calma y procurando ser entonado. Al final, el poema hablaba de cierto cielo y las aves que lo recorrían, el más pequeño de todos me dijo:
—Pues yo no me imaginé nada —, y se volteó hacia la almohada y fingió dormir.
A lo lejos, desde la otra recámara, ya se escuchaba la risa de mi esposa.

P.D. Recién éramos novios un día mi esposa preguntó: "¿por qué te gusta la poesía?, ¿qué es para ti la poesía?", y le dije, le argumenté, incluso cité un verso: "¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es poesía?, ¿y tú me lo preguntas? Poesía eres tú". Ella, entonces, se volvió hacia otro lado y añadió contundente: pues a mí sigue sin gustarme la poesía. Al escuchar a mi sobrino supongo, o quiero suponer, que ese desprecio es algo hereditario (Ja ja. Esta risa es para mi esposa, pues como dice el refrán: quien rie al último...).

1 comentario:

Anónimo dijo...

no entendió el chiste?

debes de reconocer que hasta a ti te dejó sin palabras el comentario del flaco...

y sí, fíjate que creo que es genética.

un beso!!

LL