miércoles, 30 de julio de 2008

Jorge, mi sobrino de nueve años, me pregunta mientras me ve teclear: ¿Porqué en tu blog no pones el nombre de las personas? Contesto que para mí las personas valen más por lo que son que por su nombre.
—No te entiendo.
Sí, le digo, por ejemplo, si tú te llamaras Jesús en lugar de Jorge te seguirían gustando las galletas, te asomarías a la cocina mientras los adultos cocinan, preguntarías todo el día por lo que no entiendes, es decir, seguirías siendo tú aunque no te llamaras Jorge.
—Pero no estaría mal que pusieras el nombre de las personas para que los demás supieran cómo se llaman.
Lo pienso durante dos largas semanas y escribo: "Jorge, mi sobrino de nueve años...", aunque esto sólo sea la excepción que confirme la regla.

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