viernes, 20 de junio de 2008

Fuego en la sangre y otras tomaduras de pelo

Hace algún tiempo leí fragmentos de una novela que se escribía en un taller literario. La autora había decidido que su historia (una novela negra con tintes fantásticos) se desarrollara en un tiempo sin tiempo. En algunos momentos se apreciaba a María Félix promocionando en un espectacular el nuevo sabor de Pepsi, mientras que en una estación de tren abordaba un convoy un hombre con gabardina y sombrero stetson. Había también referencias a Televisa, a coches de la década de los cuarenta y algunas costumbres como tomar café cappuchino (lo bebía un detective).
La historia, donde lo mismo escuchaban música alemana de los noventa que veían Betty Boop, tenía la capacidad de lograr que el lector entendiera a las pocas páginas este juego de temporalidad roto.
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Al terminar Matutino Express, en canal 4, comienza Se vale.
La primera sección es un resumen de la telenovela Fuego en la sangre. Por lo general, al terminar el "noticiero" no apago la tele, sino que me quedo escuchando el siguiente programa hasta que termino de revisar los periódicos del día y apago el televisor. De esta forma me he enterado de los problemas de Sofía, la protagonista, y los sufrimientos de Juan (un Eduardo Yáñez que recuerda mucho al Rodrigo de Destilando amor). Además, me he enterado que en el pueblo en donde se desarrolla la historia lo mismo cabe un sofisticado y moderno aparato de diagnóstico médico, que la ausencia de uso de celular.
La historia creía entenderla hasta hace unas semanas, sin embargo, en los últimos días me ha sido imposible entender por qué Juan se pierde en una cañada y nadie sabe de él, por qué llega una doctora a un pueblo lejano donde aún hay brujos y queman en la hoguera personas, por qué se dejan guiar por designios divinos, por qué se transportan en una Ford Lobo y al siguiente momento los personajes visten como en el siglo XIX.
Comprendo que en el teatro el espectador asume que cuanto se le presenta es parte de una ficción que pretende ser real, sin embargo, en la televisión ese juego no se da debido a que este medio "refleja" la realidad.
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La televisión ha vuelto la mirada a las series, ya sean mediante historias individuales o seriadas. Dos casos: El Pantera y Mujeres asesinas.
El primero, a pesar de que cuenta con una excelente producción, nos mintió a los espectadores haciéndonos creer que Irán Castillo había muerto en el primer capítulo de la primera temporada. Ahora, en la segunda temporada, resulta que el personaje de Rosaura es en realidad la Reina y que está viva, que la hicieron pasar por muerta por ser hija de un narcotraficante. Está bien, aceptemos el juego, pues a fin de cuentas la historia proviene de una historieta, pero...
En los dos primeros capítulos de Mujeres asesinas el espectador mexicano debe aceptar una fiscalía ficticia donde se averiguan homicidios de mujeres, en la que por cierto utilizan computadoras en donde se visualiza un segmento de DNA y se pretende que con eso han conseguido emparentar el DNA de una asesina con la de una sospechosa. Los policías o investigadores (pues aún no queda muy claro lo que son), son personajes clasemedieros con cuerpo de atletas, que si bien son creíbles en una serie gringa, en las mexicanas, debido a que conocemos nuestra realidad, más que ficticios resultan irónicos.
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En teatro aceptamos la ficción, pues es parte del juego.
En literatura aceptemos la ficción, si es que nos la cuentan de una forma verosímil.
En tele dejémonos llevar por la fantasía, pero al menos exijamos que esa fantasía sea de calidad y no que nos quieran engañar con malos productos filmados con equipo cinematográfico, pero que en el fondo no dejan de ser un ridículos homenaje al kitsch de las películas del Santo, con las que crecimos.
¿No se supone que ya estamos en el siglo XXI?

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