viernes, 4 de abril de 2008

Hay momentos en que quisiera volver a la casa paterna y dejarme vivir, sólo eso: dejarme vivir. Sin preocuparme por la comida del día siguiente, ni por la fecha de corte de alguna tarjeta de crédito, ni por el trabajo, ni por hacerme responsable de mis actos.
En otras ocasiones extraño a mis padres y sus pláticas que se repiten, la palmada de mi padre en la espalda diciéndome que me quiere o el abrazo de mi madre, esa forma tan de ellos de hacerme sentir que todo está bien.
Algunas veces me gustaría llegar a casa de mis padres y sentarme a llorar (el alma, la tarde, los ojos enteros, los sueños estrujados, las alegrías, los traumas, la vida, pues) o quizá oir mi voz a través de ellos, lejana y sin compromisos.
Anoche fue una de esas ocasiones.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es como regresar a esa crisálida, cálida y calientita, donde estás a salvo. En donde están tus padres, tus hermanos y el perro en una tarde de lluvia, todos juntos y puedes ser tú mismo. Sí a mí también me pasa seguido...


MR.