lunes, 13 de agosto de 2007

Recuerdo una escena de Forrest Gump donde el teniente, en medio de una noche de tormenta, comienza a maldecir a Dios, a reclamarle las piernas amputadas, el darle suerte a un idiota como Forrest, a recriminarle la falta de pesca. El teniente está sostenido del mástil (creo) y cuando está a punto de caer del barco, mira con un poco de esperanza al cielo y la película se va a negros.
El siguiente día todos los barcos encayaron o se destruyeron. Sin embargo, el de Forrest está en perfectas condiciones y lleno hasta el borde de camarones. A partir de entonces, se crea la compañía Bubba & Gump Shrimp Co.
El viernes, mientras viajábamos le di una noticia a mi esposa y comenzó a llorar. Luego nos detuvimos en la tienda de una gasolinería y estuvimos varios minutos observando a los carros pasar. Ella comenzó a filosofar sobre la melancolía en los viajes, sobre las oportunidades que a veces se nos niegan...
Hoy lunes, ella ya ha de estar en su trabajo, pensando en todos los pendientes, en las cosas que debe resolver, y quizá por todo lo que tiene en la cabeza, no se dio cuenta que anoche, después de la lluvia, apareció fuera de la casa un barco lleno de camarones hasta el borde.
No lo observó a pesar de la sonrisa que por la mañana apareció en su cara. Creo, sin embargo, que cuando comencemos a disfrutar de los camarones sabrá que Dios no sólo le hace caso a los tenientes.

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