A pocas personas les perdonaría todo: llamarme ciego, vomitar a mis pies, olvidarse de que existo, no acudir a mi cumpleaños o tan siquiera llamarme. Y una de esas pocas personas es Laari.
Laari es una mujer obsesionada con el estudio y con el saber, puede emborracharse y luego prender la tele en el Canal 22. Por eso, a veces la imagino soñando con libros, con preguntas y respuestas.
También es una excelente amiga: es capaz de dar un abrazo que hace sentir que todo estará mejor, platicar por horas y dar las respuestas de los chistes que no se han entendido, incluso es excelente para contar finales de libros o películas que quien los desconoce, al enterarse de ellos perderá cualquier interés en dicha película (por ejemplo, Los otros) o libro (digamos, Cien años de soledad).
Además, sus risas duran poco y sus nostalgias mucho. Adora el cine, habla muy rápido y siempre dice la verdad, por más que nos duela oirla.
Muchas calles caminé a su lado, he comido cientos de veces con ella, tomado, trabajado, bailado, reído... En fin, hemos hecho casi de todo juntos.
Por eso de repente perdono que se olvide de mí, que prefiera leer un buen libro a escuchar de mis obsesiones, que venga a buscarme cuando necesita un libro de la Biblioteca Central o que al nombrar a tres de sus amigos, yo ocupe el último lugar.
Pero eso qué importa, me digo siempre, si me hace feliz verla contenta, escucharla hablar de Sex and the city, de alguna clase de su maestría...
Al final, cuando me despido de ella y la abrazo, esa palmada que me da me hace pensar que lo que ocurre con ella no es que me olvide, sino que en ocasiones, a los que consideramos parte de la familia es a quienes menos nos esforzamos por halagar.
Y creo que lo nuestro se puede resumir como 10 años de Hermandad.
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