lunes, 13 de agosto de 2007

Antier le mentí a mi abuela. Nada de qué preocuparse, pensé. Sin embargo, por la tarde mi sobrino me echó de cabeza. Lo hizo sin maldad alguna, siguiendo los consejos que siempre damos: las mentiras no son buenas. Después, a pesar de que me mantuve en lo dicho, noté a mi abuela mirarme con indiferencia, un poco triste, también.

Desde entonces, arrepentido de la mentira, no he hecho más que pensar en la razón que tuve para engañar a la abuela. No encuentro ninguna... Y me siento terriblemente mal.

Si yo fuera otro, pensaría que quien miente a su abuela, es capaz de cualquier cosa, y eso aumenta mi remordimiento.

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