jueves, 9 de agosto de 2007

En la tele preguntan: ¿cuándo fue la última vez que lloró a rienda suelta? Diez años; hace 15 cuando murió mi padre; el día que mi hijo nació... Sólo uno responde que la noche anterior. Es un extranjero que vino a México a reencontrarse con un amor. Después de tomar mucho tequila, comienzan las confesiones, los pecados y al final, tras pedirle que se case con él, comienza a llorar.
La siguiente pregunta es: ¿por qué no llora a rienda suelta? Por pena, porque me da miedo expresar mis sentimientos, porque no es de hombres...
Entonces recuerdo a Oliverio Girondo, algunos malos momentos de los que él me sacó y me decido a compartir un poema:

Llorar a lágrima viva. Llorar a chorros. Llorar la digestión. Llorar el sueño. Llorar ante las puertas y los puertos. Llorar de amabilidad y de amarillo. Abrir las canillas, las compuertas del llanto. Empaparnos el alma, la camiseta. Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando. Festejar los cumpleaños familiares, llorando. Atravesar el África, llorando. Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuíes y los cocodrilos no dejan nunca de llorar.
Llorarlo todo, pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo, por la boca. Llorar de amor, de hastío, de alegría. Llorar de frac, de flato, de flacura. Llorar improvisando, de memoria. ¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

(Y yo, ¿cuándo fue la última vez que lloré a lágrima viva? ¿No lo recuerdo, hace mucho o es que estoy a punto de empezar a llorar?)

No hay comentarios: