miércoles, 11 de julio de 2007

Noches de cabaret...

Íbamos a Estampida viernes y sábado. Llegábamos a eso de las 11 de la noche y salíamos cuando cerraban. Entonces La Popis, El Catrin, Erby y yo éramos clientes frecuentes. Muy pocas veces nos pidieron una identificación para entrar y jamás tuvimos que hacer fila. Entrábamos, simplemente porque éramos parte de esa generación que había convertido Estampida en el antro preferido para ir a tomar, bailar y ligar.
Pedíamos una mesa cerca de la pista, luego casi exigíamos un cartón de cerveza y de a poco íbamos sacando los cigarros y las pláticas superfluas: que si una chava tenía muy buen cuerpo, que aquel cabrón estaría bien para La Popis...
Ya con una cerveza o dos en el estómago, salíamos a bailar y a cazar. El Catrín siempre tuvo suerte, así que casi nunca bailaba con La Popis. Erbey y yo, por lo regular teníamos que esforzarnos mucho, invitar a bailar a las feas. Así, no había posibilidad de fracaso.
Es más, muchas veces esas "feas" bailaban más pegado, contoneándose más y a veces hasta regalaban un beso. A pesar de que no éramos psicólogos, sabíamos que una autoestima baja ayudaba a la galantería.
La Popis bailaba con nosotros o con alguien más que la invitara a la pista. Casi no cruzábamos palabra y si llegábamos a la mesa era para tomar otra cerveza. Si coincidíamos ahí, nunca faltaba el canto de batalla que nos había enseñado El Veterinario: "Si volvimos a chupar qué poca madre, ya ni la chingan, pinches borrachos, ya están bien pedos, pedotes, pedototes. Media vuelta, cuarto de vuelta, chichi-nalga, chichi-nalga, very fine, very fine. ¡Salud!"
Y así transcurrían las horas, entre cervezas, brindis, cigarros, movimientos, música de punchis-punchis. Hasta que rendidos, con las camisas mojadas de tanto sudor, salíamos a la madrugada, a respirar el aire limpio de Pachuca; y haciendo bizcos, indicando la forma correcta de manejar, echándonos aguas para no salirnos del carril, nos dirigíamos a los tacos del Hospital General.
Allí pedíamos tacos de suadero con mucha salsa, cocas y si nos alcanzaba el dinero, un refresco de más. Luego, con una cruda que nos llegaba demasiado pronto, empezábamos a vivir:
-Tuve una semana de la chingada... -decía uno.
-Terminé con fulanita -comentaba otro.
-Me peleé con mis jefes -oíamos que alguien más decía.
Así, poco a poco, sacábamos nuestros traumas, nuestros problemas, nuestros cansancios.
No recuerdo que en ese momento alguien llorara, ni que los demás no pusiéramos atención al que hablaba. Al contrario, entonces éramos un cuarteto que se sentían parte de algo: de un grupo de borrachos, de un grupo de incomprendidos, de una pandilla de hermanos que al final, después de beber hasta hacer que el inconsciente saliera a la luz, sacaba sus traumas y a las cinco o seis de la mañana se sentía libre de cualquier atadura.
Entonces, ya que todo había pasado (el baile, las alegrías, los temores, los problemas), llevábamos a La Popis a su casa, luego a Erby, posteriormente al Catrín y de ahí me iba solo.
Hay quien me dice que no comprende esa forma de vida, ese ir al antro y bailar a lo güey, ese querer consumir cientos de cervezas, ese sudor que parece liberar los cuerpos...
Y sé que yo tampoco lo comprendería, pero si lo hago es porque lo viví y fui feliz, pues cuando la madrugada se apiadaba de nosotros cuatro, éramos seres felices, libres de todo el peso que nos había dejado la semana en el trabajo o la escuela, en nuestras casas o en nuestras soledades...

No hay comentarios: