viernes, 13 de julio de 2007

Ayer conseguí un libro muy buscado. Fue sin querer, como si hubiera tenido una iluminación que me llevara a esa librería.
No puedo decir que llegué a leerlo, pues eso ya lo hice hace tiempo, cuando temblé y me estremecí tras cada relato. Pero al fin, ayer, lo tenía en mis manos, no como fotostáticas, sino como un libro que me inspiró muchos sentimientos.
Estaba extasiado, así que llegué a la casa (sola, por cierto) y me puse a leer otro libro: lo leí en voz alta (como alguien me recomendó), corté aquí, remendé allá. Así pasaron cinco horas en las cuales no sentí hambre.
Sabía que leer ese libro era una deuda conmigo.
Al final, tras ponerle acentos, comas, palabras, cambiar nombres, sentí un ligero estremecimiento.
Ayer, debo cacarearlo, puse el punto final a un libro de cuentos.
Algunos lo han leído y me han dado palabras de aliento.
La más cruel fue mi esposa, y quizá por esa crueldad la amo tanto, pues no me dijo lo que espera oir, sino que me señaló todos los errores que yo era ya incapaz de ver.
Ayer lo terminé. Por fin. Ahora dejemos que tome su propio rumbo...

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