martes, 17 de julio de 2007

Imagino que un día de estos tendré el valor para escribirle un e-mail a Adela Fernández, sin embargo, me es imposible visualizar qué podré decirle:
1. Sus Duermevelas me hiceron temblar al leerlas y después al pensar que semejantas historias habitarían mi librero...
2. Sus Duermevelas me tienen al borde del nerviosismo y cada que miro a una niña triste o escucho el piar de un canario siento como resbala por mi espalda un hielo apunto de derretirse...
3. Sus Duermevelas me han llevado a buscarla con desesperación en librerías de viejo, en Gandhi, en El Sótano, en Porrúa, en Donceles, en Miguel Ángel de Quevedo...
4. Sus Duermevelas me han hecho pensarla como un amor a quien se añora ver pronto...
5. Sus Duermevelas me indujeron a contagiar a un compañero con sus letras...
6. Sus Duermevelas me hacen temblar cada que pronuncio su nombre...
7. Sus Duermevelas, sus Duermevelas, me hacen repetir una y otra vez esas historias, esas historias, y mi cerebro se ha convertido en un disco rayado que insiste en recordarla...
No sé...
A quien pueda conseguirlo, a quien no esté casado con los cuentos escritos según un manual, a quien disfrute de las historias como las cuentan los viejos a las afueras de cantinas pueblerinas, a quien quiera sentir un vago terror al apagar la luz después de leer el punto final... a ese le recomiendo las Duermevelas de Adela Fernández (Editorial Aliento).

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