miércoles, 27 de junio de 2007

Y eso que no me llamo Dr. Jekill

Desde hace días cuando me lavo los dientes descubro a otro en el espejo. Por ejemplo, mientras yo tengo que abstenerme de bostezar, el que me mira con el cepillo de dientes en la mano derecha no tiene muestras de ojeras (tan características en mí).
Luego, cuando me esfuerzo por hacer gestos grotescos al tallarme la lengua, el otro sonríe.
Incluso, cuando hay un poco de odio en mi mirada por que ya se me hizo tarde y no descansé bien, el otro posa unos ojos bondadosos sobre mí.
No he querido platicárselo a mi esposa para ver si ella se da cuenta, pero aún no ha hecho ningún comentario al respecto (tal vez tema desconcertarme).
Cómo decirle que mientras me peino en la recámara, el yo del espejo cree necesitar menos gel del que me embadurno, o que cuando miro por el espejo retrovisor del vocho los ojos del otro logran ver todo lo que lo rodea (incluso los más pequeños detalles), mientras yo sólo busco patrullas de las cuales esconderme.
Cómo explicarle que en el trabajo, cuando voy al baño, el que se posa frente a mí también tiene un barro en la nariz, pero que a él no le importa pues parece no ser vanidoso.
Es difícil, sobre todo en estos días en que yo parezco limón y él sandía. Pienso, para reconfortarme, que al menos ese vaho que está entre nosotros (y que también supongo es parte de mí) cuando me miro al espejo ha de ser feliz, pues ha encontrado el punto medio que (creo) todos buscamos en la vida.

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