lunes, 7 de mayo de 2007

Todo fin, siempre es un principio...

Algo deben saber de mí, pues cada que pasa algo importante, que vamos a tener visitas, que voy a conocer a alguien, nunca faltan las advertencias: ten cuidado con lo que dices, fíjate en lo que haces, no vayas a..., cuida mucho cómo te refieres a...
Siempre es la misma rutina, desde que era un niño y mis padres me ponían sobre advertencia, hasta hoy cuando mi esposa sabe que se me puede ir la lengua.
Podría decir que me reprimen, que coartan mi libertad de expresión, que... Pero sería mentir. Antes, debo agradecer esos consejos, pues si hubiera dicho, hecho o expresado lo que a veces pienso, seguramente estaría (mínimo) en la cárcel: la ocasión en que iba a reclamarle a un policía por estacionar su patrulla en un paso de cebra, la vez cuando pensaba decirle muchas cosas a mi jefe, la tarde en que iba a preguntarle al sacerdote si estaba casando al Negro o amenazándonos, en fin...
Por la mañana, mi esposa me aconsejó: ten cuidado con lo que dices y a quién se lo dices.
Asentí con la cabeza y supe que hoy sólo quiero decir una frase: "Decir adios es siempre morir un poco" (y la Gorda sabe que al despedirnos, me deja en un estado digno de llevarme hasta terapia intensiva).

2 comentarios:

Anónimo dijo...

espero que salgas pronto de la terapia intensiva, por que a parte de mi familia eres quien me a dado ánimos.

cuidate

Anónimo dijo...

No creo que sea represión sino prudencia. Y no cualquiera puede serlo, es un arte, practica para perfeccionar.
Ró.