lunes, 7 de mayo de 2007

Huamango, Estado de México

A los pies teníamos el Valle de los Espejos con su trazado perfecto, sus sembradíos cubiertos con plástico, sus carreteras tipo gringo (esas de las road movies)...
Había palmas con güalumbos que nunca llegarán a una tortilla, que nunca serían bañados con salsa roja... El pasto, a parte de seco y largo, parecía acolchonado; las pirámides bajas y pequeñas estaban desoladas. Desde ese monte se contemplaban 14-16 poblados, los cerros muy a lo lejos, una lluvia que amenazaba con llegar pronto y nosotros, que ya habíamos recorrido la zona arqueológica, platicábamos con un hombre con playera amarilla.
Él jugaba con su mano en una penca de maguey, la doblaba y parecía querer arrancarle la punta ya reseca por esta temporada de calor y sequía.
"Desde aquí vemos si hay un incendio" y luego se dirigían a él y con asadones, con palas, lo apagaban. Para controlar incendios forestales no hacía falta nada más (al menos para él y sus compañeros).
Y seguía con la plática: "Semos de Acamba (Acambay, Estado de México), luego les decimos a los turistas que se metan (es que el que cuida cierra a las tres en punto, antes cerraban a las cinco), luego vienen desde muy lejos y ni modo que no pasen a conocer, les decimos que esperen que se vaya el que cuida y se metan, total, qué se pueden robar. Es que él se va a penas da la hora y pues vienen los turistas, han venido de Canada (Canáda, dijo), Japón, Veracruz... Aquí sólo hay cuatro (zonas arqueológicas), éstas, las de Tenochtitlán (ahí han ido mis chavos, ya ve que en la secundaria los llevan), las de..."
Y al final conocíamos más de ese hombre regordete que de la zona arquológica.
Habíamos visto el Valle de los Espejos, la construcción de una nueva carretera, lo infinito de aquel paisaje y estábamos felices, pero cuando llegó el momento de la despedida, sonreímos y nos sentimos plenos, tal vez pensando que a pesar de decir que íbamos del Distrito Federal, aquel hombre había tenido la confianza de compartirnos su vida, el amor por su trabajo y sus historias que le venían tan del corazón...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi querido calcetín, Pachuca es tu corazón, así como lo voy entendiendo, pero me pregunto, qué lugar ocupa el defectuoso en tu vida-cuerpo.
Ró.