jueves, 3 de mayo de 2007

Ayer me soñé detrás de una puerta, en cunclillas, angustiado. De pronto llegaba "mi madre" y salía de su habitación "mi hermana" la pequeña. Los tres teníamos mucho miedo, y yo presentía mi muerte. Era Tlatelolco y corría 1968.
En sueños no vi mi muerte ni botas militares, pero estoy seguro que morí.
Si creyera en la transmigración de almas y en la reencarnación, aquello no sólo pudo ser un sueño, sino el recuerdo de una vida pasada de la que habría adquirido una nueva enseñanza: la participación política no siempre es buena (quizá por eso en esta vida soy tan apático).
En fin...
Hoy mientras venía al trabajo se me ocurrió pensar cómo me gustaría que fuera mi velorio, mi entierro.
En primer lugar no me gustaría que llegaran los Cortázar, ni siquiera la prima segunda la mayor, ni tampoco que contrataran plañideras.
Me encantaría que mi ataúd estuviera rodeado de nardos, con ese olor dulce que tanto me gusta.
Sería feliz si mi esposa dijera unas cuantas palabras comprensibles únicamente para aquellos que en realidad me conocieron.
Estaría bien contar con la presencia de mis amigos, de toda mi familia, incluyendo a mis padres (aunque sé que sufrirían, pues según dicen no hay peor que ver morir a un hijo).
Me imagino a mi cuñada sacando sus catálogos de Price Shoes, a mi papá haciendo alguna broma, a mis sobrinos corriendo de un lado a otro, a mi mamá platicando de mi abuela, de cuando los pies no me respondían en la bajada de Doria... Me imagino aquello como una gran fiesta.
Pienso que sería feliz, ya amortajado, si pudiera seguir escuchando la risa de mi esposa o escuchándola tararear Sabor a mí, cambiándole la letra a alguna canción de banda que sabe me gusta...
No sé, pienso que eso sería mejor que haber muerto en Tlatelolco, sin que "mi gente" tuviera un cuerpo para velar...

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