lunes, 30 de abril de 2007

Caminé por Cuesco y recordé que...

Antier caminé por Cuesco. Ha dejado de ser aquella calle con un gran establo (el de la leche y helados Santa Clara) y de los grandes llanos donde se podía jugar futbol. Ahora es una zona residencial y la Santa Clara parece más una gran cementera que una empresa de productos lácteos.
Cuando iba en secundaria, teníamos un equipo de futbol que aparte de "maleta" muchas veces resultaba pequeño, pues sólo juntábamos 12 jugadores entre todos, así que si dos faltaban, ya se imaginarán los problemas que enfrentábamos. La delantera, hay que decirlo, era muy buena: el Wereber, El Zárate, El Gonzo, Homero; la media era regular, pero la defensiva era pésima. Ahí jugábamos El Negro, a veces El Caballo y yo (recuerdo que entonces me apodaban "Ambriz" o "Ruggeiri" o simplemente "Donatello").
Cuesco en épocas de lluvia se convertía en un lodazal, sin embargo con tal de alcanzar una victoria (muy pocas en nuestra historia) no nos importaba manchar los uniformes que tanto trabajo nos había costado conseguir.
Una tarde intentamos jugar a la ouija al convencernos que el equipo rival no llegaría. Después de varios infructuosos intentos, nos montamos al vocho y lo llenamos de lodo. Éstábamos felices: los puntos del partido los habíamos obtenido sin necesidad de jugar.
Por la tarde El Negro me ayudó a lavar el coche y después creo que jugamos nintendo.
Sin embargo, aquello que parecía una tarde más entre amigos, terminaría por ser el detonte para que nuestra amistad se deshiciera.
Al día siguiente salimos de la escuela y como siempre pasaba, le di ride al Negro, al Euclidio y al Gordo. Dos cuadras después vimos a la Trola, una compañera subida de peso con quien el Negro me hacía burla. "Mira, ahí va tu vieja", habrá dicho, y yo, que para entonces empezaba a discutir frecuentemente a causa de una vecina suya que era mi novia, le pedí entre broma: "bájate del carro"
Todos reímos, sin embargo, exagerando los problemas que habíamos pasado los últimos días, le repetí: "Bájate o no sigo manejando" "no chingues", contestó y así discutimos algunos segundos, hasta que de repente soltó: "¿Me vas a bajar a pesar de que ayer te ayudé a lavar el carro?" "A mí no me cantas nada, así que ahora sí, de verdad, te bajas".
Nadie entendía muy bien lo que pasaba, pero el Negro terminó por bajarse del carro y echó a caminar hacia República del Perú. A partir de esa tarde pasaron tres o cuatro años sin que cruzáramos palabra.
Unos cuantos días después terminé mi noviazgo con su vecina y dejé de frecuentar la colonia. Luego supe que él había tenido que ver con el rompimiento entre la Villalobos y yo, y más tarde supe que todo había sido un chisme (de parte de los tres involucrados).
Muchos años después el destino nos reunió, sin embargo, hace unos días (¿semanas?) me lo encontré en el msn y empecé la plática. Él se disculpó por estar muy ocupado, luego platicaríamos, dijo.
Hoy, hace un mes que eso pasó y aún estamos ocupados. Esperemos que esta distancia no duré tanto como aquella que provocó un lodazal en Cuesco.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que para este caso el mejor remedio es el tiempo, la paciencia y un poquito de insistencia. Claro si te importa esa amistad, ahí estarás. Cuando he estado en las mismas es cuestión de tiempo y de etsra presente siempre sin que eso signifique chingar toda la vida a alguien. Total, si no lo quieren ellos se lo pierden, no.
Ró.