Sin pensarlo, le dije a mi esposa: "ayer vi el 206 de Peugeot convertible y está muy chido". Veníamos rumbo a mi trabajo y se nos había hecho tarde (como siempre). Escuché al vocho ronrronear, tal vez recordándome que no lo he llevado con el mecánico para que le compongan el carburador, quizá...

Entonces me sentí muy mal, como la madre que dice: en cambio tu hermano; o como quien platica sobre el ex novio con la actual pareja...

Qué estaba haciendo, hablar de un coche que pretendemos adquirir enfrente del vocho, de mi vochito rojo...

Pensé en todo lo que hemos pasado juntos: el reventón en la secundaría; las escapadas en la prepa; las madrugadas pachuqueñas; los kilómetros recorridos con amigos, familia...

Me acordé de cuando era blanco, luego amarillo, al último rojo; de la tarde que lo sacamos del taller recién pintado y en el Walmart de Perisur le dieron su primer golpe; de cuando se mostraba coqueto y mantenía los limpiaparabrisas alzados; de...

También de las frases mil veces escuchadas: lo quiere más que a nada, lo van a enterrar con él, primero deja a su mujer que al vocho...

Sonreí, pero con un dolor muy dentro de mí, como si alguien quisiera hacerme olvidar mi pasado...

Luego, dejé de hablar de coches, es más, cada que se atrevesaba delante nuestro un peugeot 206, un renault clío, una sportvan... volteaba la vista a otro lado y finjía no verlos... No fuera a ser que al vocho se le ocurriera quedarse parado, a esa hora, y con la prisa que llevábamos... (perdón por el atrevimiento)