La Gorda es un Amigo del trabajo. Es lengualarga, llevadito y confianzudo; sabe disfrutar de un buen corte de carne, adora a Joaquín Sabina, tiene una esposa que es excelente grabadora y ronda los treinta y tantos años.
Hace algún tiempo una de sus hermanas nos facilitó el certificado médico que necesitábamos (mi esposa y yo) para casarnos. Luego, su hermano nos vendió ropa en pagos (cuando la cartera estaba flaca hasta más no poder) y posteriormente otra de sus hermanas confió en mí para ir a hablarles a sus estudiantes sobre temas de literatura. Su papá, ese día, me ofreció una taza de café, su mamá me dio palabras de aliento y una de sus sobrinas me platicó algunas cosas que hicieron que el nerviosismo que tenía se esfumará rápidamente. Así, casi puedo decir que conozco a toda su familia, al menos de oídas...
La Gorda y yo hace tiempo iniciamos un negocio: vendíamos playeras estampadas con alguna frase literaria. Tuvimos éxito algunos meses, pero después, todo quedó en buenos recuerdos...
Ayer, ya casi de salida del trabajo, me encontré con él. Regresaba de Argentina y me pidió que lo acompañara unos minutos. Me entregó un paquete con hierba de mate y un dulce tradicional de aquellas tierras. Después me platicó brevemente de la Casa Rosada, de la Plaza de Mayo, de los bifes de chorizo, del vino que tomaron él y su esposa, de Uruguay...
"Deberían de ahorrar, seguro que les gustaría Argentina", me dijo casi al despedirnos. Lo miré como siempre lo hago, aparentando no poner mucho interés, y sonreí.
Caminé hacia el carro y me fui pensando: La Gorda nunca ha ido a mi casa, ni yo a la suya; platicamos de muchas cosas y fingimos no darle importancia a nuestras pláticas (pero estoy seguro que cada uno se graba lo escuchado), y después, sin saber cuándo nos volveremos a ver (trabaja en el turno de la tarde y yo en el matutino) nos estrechamos las manos y decimos adiós.
Ayer, por la tarde, mientras lo imaginaba caminando por las mismas calles que Cortázar, Borges, Girondo, tal vez sin conocer la historia de Estela Canto o de Traveler y Talita, pensé que sería bueno invitarlo a él y a su esposa otra vez a mi casa presintiendo, como las ocasiones anteriores, una negativa.
No sé, quizá si la amistad se mantiene prospera es porque nos restringimos a ser confidentes en las horas de trabajo, sin tener testigos, jugando a no ser más que compañeros, o a lo mejor se debe a que para ser amigos sólo es necesario sentarse a platicar sin pensar demasiado o quedarse callados,o cruzar una mirada cómplice y después tener la certeza de una verdad...
Tal como nos pasa a La Gorda y a mí.
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