lunes, 5 de marzo de 2007

En la adolescencia, cuando el mundo nos quedaba chico, solíamos decir que en Pachuca lo único que pasaba era el aire. Ayer, día de la familia, antes de comer, mi papá me pidió que fuera a la tienda a comprar unas tostadas.
Cuando vivía con mis padres, en la colonia había muy pocas tiendas (había que bajar hasta la Calzada Veracruz o caminar tres cuadras para hallar una). Hoy, sin embargo, es suficiente caminar 50 pasos para encontrar un establecimiento. Sin embargo, ayer era domingo, y como todo pachuqueño sabe, la ciudad está muerta, por lo que tuve que andar primero 50 pasos, luego tres calles y después otras cuatro para encontrar una tienda abierta.
El aire estaba a tope, unos niños, en patines y bicleta, vestían shorts y playeras (al parecer no tenían frío (cuestión de la costumbre)), yo, a pesar de sólo vestir una chamarra de mezquilla, me sentí ridículo con tanta ropa encima.
Ya de regreso a casa, pasé por una que llamó mi atención. Pensé que debía pertenecer a fuereños asentados hace poco tiempo en Pachuca, pues en su puerta tenían uno de esos móviles que con el aire producen sonidos (de esos con forma de pescaditos, de delfines, de patos, pájaros, etcétera).
No, no soy detective, ni nada por el estilo. Sin embargo, creo que cualquier pachuqueño sabe que uno de esos móviles pueden provocar la locura. ¿Por qué? Porque con el aire soplando todo el día, toda la bendita noche, es imposible que después de dos o tres horas de constantes sonidos de vidrios a punto de romperse (ruidos que se cuelan hasta la más pequeña neurona) uno no se desepere, se enoje, se sienta nervioso y poco a poco se vaya volviendo loco.
Llegué a casa y todo seguía como si nada pasara. Mi papá no usaba suéter y creo que mamá incluso sudaba (bueno, pero ella estaba en un lugar ilógicamente cálido, una habitación del Seguro Social). Obvio, pensé, mi familia está acostumbrada al aire y en ningún momento dice la "macabra" expresión defeña: "escucha cómo sopla el aire, parece que aulla".
Nosotros (¿?), los de Pachuca, ya estamos acostumbrados...
Sin embargo, ante el aterrador destino de los fuereños asentados en Pachuca, quiero pensar que quizá hoy ya quitaron el móvil de la puerta de su casa, o el hospital psiquiátrico Fernando Ocaranza, ha de contar ya con un nuevo inquilino.

No hay comentarios: