martes, 30 de enero de 2007

No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió...
Joquín Sabina

¿Cuándo comenzamos a olvidar lo que jamás sucedió?
Es cierto, lo añoramos e incluso nos aferramos a ello, sin saber con certeza si de haber existido habría sido bueno o al menos hubiera justificado su existencia. Por ejemplo el libro de cuentos que terminó en un cajón, la amistad que no continuó debido a que no se aclaró un malentendido, el amor que no nació debido a una timidez, el empleo que no se obtuvo por miedo a llamar y enfrentar una negativa, la charla que no tuvo lugar porque no se encontró el tiempo para ella...
Pienso en Nicolas Cage, en la película Hombre de familia, en esa escena final, con los créditos corriendo por la pantalla, y él junto con Tea Leoni tomando un café en el aeropuerto, quizá para que más tarde ella tome el avión y nunca vuelvan a verse, quizá para que él la bese y con eso reinicien una historia de amor...
Entonces la nostalgia me invade, sobre todo porque existe el hubiera, ese verbo que encadena al pasado, que provoca rencores: si le hubiera llamado antes, si le hubiera dicho lo que sentía, si le hubiera...
Pero no contento con sufrir por un pasado que nunca existió, me aferro a la idea de que era posible: si aquella noche le hubiera telefoneado la habría escuchado una vez más , si lo hubiera intentado hoy no estaría así...
Y así transito, teorizando con la historia, dando vida a escenas que jamás ocurrieron, pero quizá, a pesar de las tristezas que el "hubiera" me trae, también me carga de esperanzas, sobre todo en pensar que la próxima vez haré lo que pienso o siento, para después no atormentame con el "hubiera"...
Si tan solo hubiera dicho esto antes...

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