Ayer, primer día de trabajo, un compañero me platicaba todo lo que había hecho durante las vacaciones: viaje a Veracruz, compras, cenas... y se sorprendía porque yo no había hecho nada de eso (así lo noté en sus gestos).
Ya de camino a casa, reflexionando sobre si sentía envidia de mi compañero, llegué a una conclusión. Estas vacaciones yo hice algo mucho mejor: convivir con mi esposa y ver a mis dos grandes amigos: El Negro y El Catrín.
La primera imagen que recuerdo del Negro es una foto en donde ambos aparecemos vestidos de cadetes. Es la salida del kínder. La imagen se debe a las menciones honoríficas que ambos habíamos conseguido en preprimaria. Yo, sonrío malicioso, supongo que recordando el día en que su mamá lo llevó vestido de ratón vaquero (la botana del resto del grupo). A mí, además de causarme risa, me hizo sentir un gran alivio, pues con semejante ridículo sería imposible que Olivia (mi primer amor) se fijara en él.
Tiempo después nos encontramos en la secundaria, donde nuestra amistad se fundió gracias a las buenas calificaciones, y después se deshizo debido a una mujer (en esa ocasión yo fui el ganón).
Cuando nos enemistamos, quizá la soledad o las coincidencias, hicieron que me acercara al Catrín, con quien pasé y conviví durante toda mi adolescencia.
El Negro se quedó a estudiar en Pachuca, el Catrín cursó su carrera en la UAM y yo lo hice en la UNAM. Sin embargo, a pesar de la cercanía, jamás nos encontramos por esta ciudad.
También me acuerdo que muchos años después, cuando el Negro nos contó que se iba a casar me puse la primera gran borrachera (es decir, en la que no recuerdas nada de nada).
Y por fin, hace unas semanas, sin planearlo, con muchos contratiempos, nos encontramos en el departamento del Catrín.
No nos dedicamos a las añoranzas, ni recordamos viejos amores, sino que nos centramos en nuestro presente: el Negro con sus dos hijos, el Catrín a punto de vivir en pareja, y yo con cinco años de matrimonio en los que voy saliendo adelante.
Después, los llevé a la Central del Norte y nos despedimos de lejos, sin abrazos ni nada por el estilo, y a pesar de que uno es ingeniero en computación, otro en electrónica y yo comunicólogo, los tres pudimos hablar como hace mucho no lo hacíamos, es decir, como verdaderos amigos.
Salud por todos aquellos que tienen amigos...
Ya después platicaré del Catrín... Es una promesa...
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