¿Estás enfermo?, preguntó mamá del otro lado de la línea telfónica. Comprendí que no se trataba de ningún juego retórico y que más que buscar una respuesta, deseaba una confirmación. "Sí", contesté con una voz ronca, desangelada, con pequeños jadeos y estornudos.
Entonces ella comenzó con los remedios caseros: un té de canela, una cafiaspirina antes de dormir, salir a la calle sin hablar y bien cubierto...
Colgamos y me puse a recordar.
Para mí las manzanas en dulce (esas que van en almíbar con canela y clavo) siempre me han parecido un postre para enfermos. Como si con ellas se pudiera quitar el sabor de la medicina o la amargura de estar en cama. Sin embargo, hace algunos años, mamá creyó que eran mi platillo favorito.
En esos años, habló de 1998-2000, yo vivía en México y cada fin de semana acudía a visitar a mis padres en Pachuca. Alguna de tantas veces habré ido enfermo y ella me preparó manzanas en dulce.
Habrá sido cuestión de sentirme consentido, arropado, pero me comí ese platillo sin chistar. Así que al dejar el plato vacío (¿o era una taza?) mamá sirvió otra ración y así continuó hasta que el kilo de manzanas se acabó. Yo me las comía gustoso, pues durante toda la semana en el Distrito Federal nadie se había preocupado siquiera de decirme un "cómo te sientes", y ella las servía amorosa, pensando que me habían fascinado.
A partir de aquella tarde, a lo mejor noche, cada fin de semana mamá me esperaba con el "postre de mi predilección". Yo no chistaba y lo comía glotón agradeciendo la muestra de cariño. Ella quedaba contenta pensando que así me consentía.
Así pasaron uno o dos años, hasta que un día, con el sabor azucarado en el paladar, en la memoria, y tal vez con algún pleito detrás, dejé las manzanas intactas y esperé el reproche de mamá. Pasó una semana y al siguiente viernes, otras manzanas en dulce ya me esperaban en la cocina de la casa de mis padres.
No recuerdo muy bien si en esa ocasión las comí o no, sólo tengo grabado que angustiado porque mi madre considerara mi renuencia a comer manzanas como un desplante, le revelé la verdad: "No me gustan las manzanas en dulce, sólo los enfermos las comen", y ella, asombrada, como si le dijera que recién había perdido la virginidad, contestó: "¿Y por qué no me lo habías dicho?"
Le expliqué lo que pensaba y llegamos a un acuerdo: comería las manzanas gustoso, en forma de agredicimiento por la atención, y ella se comprometía a prepararlas sólo algunas veces al año.
Desde entonces, cuando voy a casa de mis padres y hay manzanas en dulce, sin esperar a que mamá me ofrezca, tomo una taza y me sirvo unas pocas.
¿Habrá manzanas ahora que vaya?
Hace 1 año
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