Cuando se acercaban estas fechas, en casa hacíamos planes para evitar cualquier equivocación. Mi mamá se preparaba con regalos y buenos deseos, mientras que papá hacía listas y listas de todo eso que compraríamos. A mí me correspondía alistar las manos y estar dispuesto a trabajar desde la mañana hasta casi llegada la media noche. Entonces, y aún hoy se lo reprocho entre risas, él me prometía una ganancia que nunca llegó.
Así, el el puesto yo me encargaba de pesar kilos de papas cambray y enmbolsarlas, de acomodar los romeritos en un canasto y de escribir letreros en los que engañábamos al consumidor al venderles como uvas domecq lo que simplemente eran uvas rojas.
A veces, cuando él lo pedía, le ayudaba a mi papá a colgar las piñatas, a acomodar la fruta o a preparar canastos con frutas. Luego, ya entrada la mañana, mamá nos enviaba de almorzar con mi hermana y en ocasiones se quedaba un rato con nosotros.
En frente, en la carnicería, ponían discos de la Sonora Santanera o de cumbias de moda. Y así pasaba el día, entre gritos a las marchantas, entre frutas multicolores, entre gritos de niños, entre manazos que mi papá me daba cuando ya había comido muchos cacahuates y entre clientas que se alistaban para la noche buena...
Pero eso era en esos tiempos, cuando estábamos en el mercado... y juntos... Ahora cada quien anda por su rumbo: mi hermana sufriendo a sus jefes, mis padres intentando conseguir clientes en algunas oficinas, y yo, disfrutando de unas vacaciones que me gustaría compartir con mis seres queridos...
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