lunes, 4 de abril de 2011

Tal vez porque un amigo con quien fui a oir a La Dosis anda en México, hoy, después de bañarme, comencé a cantar Macondo. Y de un recuerdo pasé a otro:
Hace 14 años estudiaba en la Facultad de Ciencias Políticas y uno de mis amigos escribía poesía: "Esas son mariconerías", recuerdo haberle dicho una tarde y mientras él trataba de convencerme de que no era así, yo lo callé con una frase a la que debo haber leído por primera vez a García Márquez:
—Sí, sí, y ahora vas a hablarme de El laberinto de pasiones, de Paz.
Se rió de mí.
—Cómo eres estúpido —me dijo entre carcajadas—, el libro de Octavio Paz se llama El laberinto de la soledad. Laberinto de pasiones es una telenovela.
Avergonzado, me despedí inventando algún pretexto.
Unas semanas después, mi hermana llamó por teléfono y me preguntó que quería que me regalara de cumpleaños. Tratando de resarcir mi equivocación, le pedí un libro:
—Quiero uno que se llama... que se llama... algo de soledad. Cien años de soledad. Creo que así se llama.
Así, a finales de mayo mi hermana llegó con un libro amarillo, grueso. Con la extrañeza del que sabe que ese libro jamás será leído, me susurró:
—Conste que fuiste tú quien quiso un libro. Yo te iba a comprar un disco.
Vi el libro, busqué el nombre de Octavio Paz, pero no lo encontré por ninguna parte (obvio). Pensé que quizá mi amigo y yo, ambos, éramos estúpidos.
Esa noche, en que raramente no había salido con mis amigos a dar la vuelta, abrí el libro y comencé a leer: "Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo". Pasé una hoja, dos hojas, tres hojas. Luego continué leyendo hasta que todas las luces de la casa de apagaron y tuve que encender una lámpara que había en mi buró. A las cinco o seis de la mañana mi madre me encontró leyendo. Cuando llamó al desayuno, yo continuaba leyendo. Comí en mi habitación y cuando mis amigos llamaron para que saliéramos a dar la vuelta, me negué. A punto de que me venciera el sueño, ya de noche de nuevo, cerré el libro temiendo tener un hijo con cola de cochino.
No recuerdo qué soñé aquella ocasión, tampoco me acuerdo qué hice al día siguiente, ni si le hablé del libro a mi amigo de la Facultad o a algún otro.
Recuerdo, eso sí, que algunos meses después, cuando mi papá puso un disco de Óscar Chávez, se preparó un jaibol y encendió un cigarro, me quedé maravillado al saber que había una canción llamada Macondo que cantaba lo que yo había leído con tanto interés. Mayor fue mi sorpresa cuando una tarde, en la Facultad de Ciencias Políticas, fue a tocar La Dosis y mientras Ro prepara un churro que nunca encendió comenzamos a escuchar: "Los cien años de Macondo suenan, suenan en el aire, y los años de Gabriel trompetas, trompetas anuncian..."
De eso obtuve dos buenas cosas: ahora sé que Octavio Paz escribió El laberinto de la soledad, y García Márquez, Cien años de Soledad. La segunda es que conocí a Óscar Chávez y sus canciones, que más tarde en la huelga de la UNAM canté mientras pensaba que la revolución aún era posible.
Después crecí y me puse a trabajar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

No eso no es cierto, cuando llegaste a la DGI, Aún eras un niño y si mi memoria no me falla la huelga continuaba.

Besos.

mangelacosta dijo...

Jaja, creo que sí te falla la memoria, al menos en cuanto a la huelga. Yo entré a trabajar en noviembre del 2000, meses después de que "la larga noche" (como la llamó un rector payaso) acabara para la Universidad.

Abrazos a los dos.